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Sobre el sentido de escribir

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Por Cesar Eduardo Samboní Quintero

Soy lo que son ¿qué será de nosotros sin nosotros? Estos interrogantes o pensamientos en voz baja, conducen, desde la forma irremediable de su adentro, a la pregunta por el sentido de la escritura o mejor del para qué escribir. De entrada, quizás sea necio aventurar alguna reflexión, sin embargo, hace unos días me encontré deambulando en la red de la inquieta memoria con la imagen del filósofo francés Goerge Steiner, quien nos dejó entre otras la idea del humanista como quien va con su cuerpo caminando hacia adelante, pero extrañamente su cabeza siempre mira hacia atrás. Y como en un juego de tenis, recuerdo una tarde en que el poeta Ernesto Gocam aseveró que el sentido de la escritura es la escritura, así como el premio ¿hoy diríamos el placebo? del que entrena su cuerpo con duras máquinas, es justa y simplemente el agotamiento, la celebración de la mortalidad y del frágil cuerpo.

Así la escritura, esa infinidad de formas que parecen decir o carecer de sonido, para los oídos de una generación que escucha, ve, siente, lee y es de otras maneras. Entonces, la construcción que tardó más de seis siglos en alcanzar unos métodos y unos rituales, se fue desmoronando como una sucesión de fragancias sin materia. Hablamos del escritor, el perfeccionamiento de la tecnología del lenguaje. Un movimiento abstracto necesitaba materializarse con una forma humana, así seguramente fue concebida hasta ese momento la metáfora en carne vida del escritor. Este experimento de las sociedades modernas requería, igual que en las guerras, un caudillo, entrenado para tratar de comprender el límite de las palabras. Alguien debía ser inmolado.

Bastante se ha conjeturado acerca de la crisis de la escritura y con ella la de las humanidades, que tienen en el lenguaje su joya más preciada. Esta crisis, pareciera que también es una invención. Es decir, una invención nueva para sepultar otra. Dicho sea, que la perfección de una forma es su perfeccionamiento. Esta forma, entendida como idea o como disímiles objetos, es la representación de su misma precariedad. Por mencionar sólo una cifra de la ilimitada sucesión, tenemos al Capitalismo, el cual entró en crisis, una vez el sistema se rebasó a sí mismo. El carácter radical de la especie humana es inabarcable. La obsesión por comunicar se ha ido transformando en un cansancio, el arte del decir ha sido una tarea tan abrumadora, que debió ser implantado, a imagen y semejanza en los ordenadores, en los microchip y en los arte-factos que han logrado embellecer y sobre pasar las noches de penurias de los amanuenses.

Es cierto que el escritor como constructo y como idea, ya no corresponde a la soñada por las máquinas del progreso. En la espesa niebla del hiperespacio todo se vuelve difuso, contradictorio y al mismo tiempo pesado y vacío. Son los tiempos a los que asistimos. Es la velocidad que ya no podemos imaginar. Afirmar la escritura como una extensión de sí, es un arriesgado camino. El siglo diez y nueve fue el imperio que la escritura forjó para el escritor. Su reino se prolongó por dos siglos. Ahora el escritor se asemeja al artesano que salía a vender sus creaciones en las plazas públicas. Las artesas, las cucharas y los platos hondos son los guiones para televisión, las estrategias de marketing y la inacabable hilera de sensaciones que es urgente colocar a circular por las fracturas de los i-pod y en los estantes infinitamente borgianos de las plataformas, que son en esencia la nueva biblos, pensada o soñada bajo algún árbol rojo, a merced del sol o el yugo de una noche sin estrellas y sin luna.

En el ir y venir del escritor y la escritura, vale la insinuación del comienzo. La escritura es como el mundo. No hay un nosotros sin nosotros. Todo lo inexplicable se explica por efecto de lo absurdo y lo coloquial. El sentido de la escritura es apenas un modo posible de comunicar el mundo, tal es la tarea del escritor. No en vano, en las obras de algunos pintores lo que no aparece es lo que finalmente hace grande unos trazos y unas combinaciones. Así el escritor, no es urgente su figura, es el sentido de su escritura lo que las quietas montañas aguardan tras la fatiga de las tardes.

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