Un año del milagro

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Por Diego Fernando Sánchez Vivas

Ahí estaba Lesly abrumada, sorprendida y profundamente consternada y entristecida por el último suspiro de su madre. A su lado se encontraban los restos del Cessna 206 HK 2803 y yacían inmóviles los restos mortales del piloto Hernando Murcia, del copiloto Hernán Mendoza y de Magdalena Mucutuy su madre, quienes ocupaban los asientos delanteros del avión. De pronto recordó que al otro lado en los asientos de atrás estaban sus tres hermanitos menores Soleiny de 9 años, Tien Noroel de 5 y Cristin Neriman de un año de vida. Se sobrepuso rápidamente al impacto del accidente y a la muerte de su madre, cobijó con sus brazos a Cristin y sacó a Soleyni y Tien de los restos del avión para iniciar la travesía más importante de su vida en medio de la selva amazónica en los departamentos de Caquetá y Guaviare.

Recordó entonces los días menos duros de su primera infancia, cuando su madre a los cinco años le enseñó con mucha paciencia y dedicación cuáles plantas podían comer y cuáles no, recordó como a sus hermanitos desde pequeños se les enseñó a cazar y a ella a visitar los cultivos de yuca, los lugares donde se puede lavar y aprender de los caminos del monte. En sus juegos infantiles se recreaban construyendo ranchitos. Su madre le enseñó también el cambio de pañales con su hermanita de nueve años y de lo que debía prestar atención del llanto de los bebés cuando fue creciendo su hermano de 4 años.

Así es que para alejarse de la muerte que yacía en los restos del Cessna, Lesly inició el camino de la vida llevando a sus tres hermanitos por unas sendas inhóspitas, donde la falta de alimento y agua potable, la imposibilidad material de conciliar el sueño a pesar del enorme cansancio por las caminatas diarias, la lluvia, la oscuridad por el follaje y la densidad de la vegetación que apenas permitían la filtración de un pequeño haz de luz solar, la presencia de animales salvajes como jaguares, serpientes, arañas y mosquitos constituían un verdadero reto para culminar la travesía con éxito. Entonces antes de iniciar el trayecto, Lesly sacó de una pequeña maleta la pañalera de Cristin, agua, algunas frutas y con ese ínfimo menaje inició con sus hermanitos el trayecto hacía la vida. Pasaron cuarenta días entre la manigua de la selva, esquivando el frío, haciéndole el quite al hambre comiendo frutos silvestres y protegiéndose de la inclemencia del clima y del frio despiadado en las noches con improvisados cambuches que Lesly construía con premura y dedicación.

En uno de esos interminables días le pareció escuchar el ladrido de un perro, y una voz entrecortada que se perdía en la inmensidad de la selva, “Wilson”, escuchó y de repente salió de entre la manigua un pequeño can que al verlos movió la cola en señal de gesto amistoso y se incorporó a la cotidianidad de los cuatro niños, llevándoles algún alivio en medio del infortunio y acompañándolos por algunos días pero, así como llegó de la nada un día desapareció sin dejar rastro. En los últimos días, ya el cansancio, el hambre, la sed y la falta de descanso, agobiados por el clima y a punto de desfallecer, Lesly optó por quedarse en un solo punto y no seguir caminando a la espera de que los encontraran. El 9 de junio de 2023 a las cuatro y cuarenta de la tarde en la Vereda Palma Rosa del Municipio de Solano- Caquetá, un grupo integrado por miembros de las comunidades indígenas y militares encontró a los niños en un estado difícil pero en condiciones de recuperación.

Entonces el militar encargado de confirmar el encuentro exclamó con lágrimas en los ojos, Milagro, milagro, milagro, milagro”, a través de radio satelital dando a Colombia y al Mundo la más grande y mejor noticia que se haya podido dar en mucho tiempo, la Operación Esperanza había dado frutos, se dio el milagro de la selva.

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