Por Víctor Paz Otero
Talismán de esencias cambiantes y mutantes. Territorio inasible y movedizo en donde a veces se cruzan las cadencias y los ritmos y donde se anudan las palabras para captar el sonido y el misterio de aquello que pareciendo el vacío solo es avasallante presencia de lo que resulta inexpresable.
Su forma y su existencia pura se revelan a través de semejanzas y extrañas analogías con las grandes y atormentadas músicas que danzan con ebriedad en el lenguaje del universo y del silencio. Es lícito intuir o suponer que tuvo origen en esos asombrados vacíos que anteceden y sobreviven a la nada, en el deseo de expresarlos y de hacerlos vivir en nuestro ser. Punto de efímero contacto donde lo humano puede percibir el abisal secreto y el largo laberinto que prefigura y conduce a la belleza.
Fusión inaudible entre el asombro y las preguntas que amplifican más asombros y multiplican más preguntas.
Pertenece a lo indescifrado y a lo indescifrable, pero en él se purifican las palabras y adquieren un nuevo y esencial sentido. Se hacen ritmo y asumen el prodigio de obsequiarnos las músicas de mundos diferentes.
Para existir debe desprenderse de impurezas y de falsos ornamentos para que su ser nos comunique y nos aproxime a lo inefable. Punto de comunión vibrante y tal vez maravillosa con la estructura no visible del mundo verdadero.
Inicia en nuestro asombro la nostalgia de mundos ya perdidos y abre las luminosas puertas que inauguran su retorno. Descubre lo imposible en la fugaz apariencia donde palpita oculto lo real y lo sagrado.
En esencia no es palabra, ni sombra de palabra. Es ausencia de aquello que anhelamos para sentir y tocar con nuestras manos la plenitud de sueño que aún no hemos soñado.
Irreductible por definición a los significados conocidos, el poema es vivencia que nos vive y que transmuta nuestro ser y nuestros huesos en pura levedad que nos invita a un vuelo. Nos viste y alimenta con palabras y sonidos delicados para calmar en nuestras almas la sed de los absolutos que intuimos. Es punto y referente de luz que a ayuda a soportar el oscuro agobio que a veces significa estar vivos y despiertos en el acontecer del tiempo despiadado.
Sabe y puede anticipar el éxtasis; nos incita a la inefable presunción de desear vivir iluminados. Como la plegaria, revela y participa de la maravillosa inutilidad de interrogar la a veces sin razón de ser de todo lo existente. Sirve para profundizar la abscondita música que asciende enloquecida desde el fondo de nosotros mismos y también desde el fondo de todo el universo.
Reconcilia a la criatura humana con la desnudez sagrada de su ser y posibilita los caminos a otra desnudez, donde otra soledad o acaso el mismo Dios, sean las verdaderas músicas que no alcanza a interpretar la precariedad el esencial de todas las palabras.
Ayuda a comprender la errática geometría sobre la cual se soporta la inabarcable realidad del universo. Amplifica la voz del desamparo pero fortalece la luz que impulsa a encontrar el sentido del destino y de la vida.
Agota su ser en el misterio que entraña la existencia. El poema está ahí y estará siempre para que podamos disolver en él la fugacidad de nuestro tiempo y nuestra nada en el esplendor plural de sus presencias.
Espacio sin muerte y sin materia donde tempestades de siglos y soledades de ángeles ebrios de eternidad, aletean sobre el rumor incomprendido de lo que somos. Solo el poema encarna la única posibilidad de certidumbre cuando estamos existiendo.