viernes, junio 28, 2024
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Amor a mi ciudad

Por HORACIO DORADO GÓMEZ – horaciodorado@hotmail.com

La gente que ama a Popayán está inclinada a dibujar en su imaginación la idea de porvenir, con su plaza, sus árboles, sus bancas y caserones, sus autoridades y sus habitantes. La gente que ama a la ciudad piensa en sí misma, y piensa viviendo en la ciudad de sus sueños. Aunque la realidad le pase luego la factura y rompa las paredes y llegue la lluvia del invierno sin dejarla transitar para observarla en su belleza. Inevitable los vientos de perfección, el anhelo de felicidad completa. Aquí se pone y se quita, se borra y se pinta la ciudad con sus costumbres, sus fiestas, y sus tradiciones. Pero, no a todos nos corre la idea de ciudad perfecta.

Seguimos anhelantes de un ideal, en un conjunto de reglas para observar, para comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y palabras. Retornemos al pasado, del carácter generalizado, recuperando la urbanidad y el civismo. Que suenen las trompetas y cornetas, en las calles cubiertas de azahares, geranios y penitentes, con el calendario de las cofradías de nuestra Semana Santa. Payaneses evocando al Maestro Valencia, al pintor Efraím Martínez. Otros brindando por este suelo recalificado, concejales irrigando resultados buenos, hasta la felicidad de constructores y conductores vehiculares. Unos más, enorgullecidos de “Chancaca”, “Guineo”, “Zócalo”, y las modas, prefiriendo a la generación capitaneada por la modernidad.

Admitamos que a los patojos raizales nos falta ambición, pero nos sobra afán para llenar los templos y las calles de nazarenos. La falta de ambición tiene siempre que ver con los términos medios. En “Popaiam”, hay que aceptar que nos identificamos con la parálisis. Términos medios con las consecuencias de la realidad: los paros cívicos no facturan e incívicos contra las fachadas de nuestra ciudad. A trancas y trancones, aprendimos a convivir con resiliencia. El problema resulta más grave cuando la falta de ambición se convierte en un manto de tristeza, medianía insoportable, que paraliza la ciudad. Eso le ocurre a mi “Popaiam”

Buscando “un buen novio”, la bella Popayán, se acercó al matrimonio con democracia. Votos matrimoniales, confundidos con el amor a esta tierra. Aunque las promesas no sirven de nada, porque no dejan nada y, porque no tiene nada que ver con la agenda del futuro. Lo valioso es la voluntad de servicio y la responsabilidad. Dejar atrás los rencores para acariciar todo lo que brota en la ciudad. Popayanejos, payaneses y patojos desde ya, prevenidos del defecto de la antipatía hacia la linda ciudad. La luna de miel ya pasó. Invitados a la fiesta de la democracia, eligieron el reemplazo del alcalde Juan Carlos López Castrillón, quien nunca se enfadó por las críticas. Cumplió bien, para otros no al no aterrizar su agenda en la forma de los deseos de los críticos con razón o sin ella. Ahora, los críticos ven la música y oyen la pintura, porque los compromisos en lo social no se vislumbran: disminución de pobreza, generación de empleo y, mejores condiciones de vida. La ciudad ya escogió. Ahora el impacto de la luz de la prosperidad debe cambiar sus propósitos. La ciudad se expande bulímicamente y no parece conocer límite su despliegue vertiginoso. Popayán está en el atolladero, vive una economía hiriente. Paradojalmente, se extiende, por doquier hay comercio, se nota que hay muchos recursos económicos, calles atestadas de motores de alta gama lo demuestra. Estamos contentos viviendo en Popayán. Pero nos merecemos una ciudad un poco mejor que la que tenemos. Que se identifique con el progreso, con cambios: sociales, técnicos, económicos y culturales. Pero, las obras públicas no se construyen con el poder milagroso de una varita mágica. ¿Cómo podemos amarla si sobrevive en medio de tanta indiferencia?

La grandeza de Popayán, es cosa de siglos y reclama mucha determinación generacional para que funcione. Entre todos, poco a poco, paso a paso, con tenacidad y multitud de herramientas, ayudémosla.

Civilidad. La propuesta, es clara: no sólo podemos amar nuestra ciudad, sino que podemos hacerle el amor.

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