domingo, junio 30, 2024
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Con rumor a Pitágoras

Por Víctor Paz Otero

En los ya remotos días en los cuales en el colegio se pretendía enseñarnos algo de filosofía a la manera de una especie de sucesión de pequeñas historias que los sabios de la antigüedad narraban para entretener el ocio de sus oyentes, o para amplificar la angustia que depara el misterio de lo viviente, esa filosofía fue para mi lúdica y maravillosa, fueron tardes plácidas contempladas desde una ventana, donde me fue lícito soñar con el alma y soñar que Pitágoras era el narrador de su historia. Él era ese viejo amable y enigmático que podía explicarme, y al que podía creerle, que ser hombre y estar vivo era como una batalla y una antítesis perpetua de lucha y de combate entre el cuerpo de naturaleza material y el alma de naturaleza espiritual. Fue Pitágoras el que me proporcionó el goce y la visión de ese arduo y complicado combate. Fue también ese filósofo y ese matemático y, también sacerdote, que fundó y orientó una secta laberíntica y ritualista, quien me señalo el camino y la aventura de representarme la vida como un juego de imágenes, que se me multiplicaban en esa antigua ventana donde la tarde pasaba en mi y me hacia extrañamente feliz.

Hoy, cuando el crepúsculo prevalece como sombra y como luz que agoniza en el marco de la misma ventana donde tantas veces al soñar he existido, vuelve desde ese antiguo mundo el rumor de Pitágoras, vuelve con su música y sus esferas, con el enigma de los números y su significado y vuelve con la inquietante noción de que a mi alma y a las almas de todos se les puede atribuir una existencia previa a la propia vida. Sostiene que aquella alma tuvo un origen divino que no pudo preservar pues se precipitó al mundo inferior de la materia y que, por eso, mi cuerpo y todos los cuerpos ejercen la función triste de ser cárcel y carceleros del alma.

Tal vez por eso mismo, ahora no imploro a Dios, sino a Pitágoras, para que me devuelva la llave que abre la cárcel donde mi sueño, que tiene la misma esencia del alma, pueda liberarse para volver a ser música.

Con rumor a Platón.

A Platón se lo puede nombrar como el gran erotizador de la historia y de la filosofía. Afirmó con espléndida certidumbre que la belleza por ser más fácilmente visible – casi como portadora de una proximidad táctil – que la verdad, por ser algo que resplandece y se nos impone de un modo más vivo e inmediato, llega a convertirse en el camino previo y necesario que puede conducirnos a la verdad.

Por eso el filósofo, y todo ser humano de alguna manera es un ser filósofo, queda tibiamente encadenado a transformarse en un contemplador y en un permanente amador de la belleza que palpita en las cosas y en los cuerpos; encadenado a contemplar la belleza que palpita y sabe existir en todos los cuerpos para poder ascender hasta las almas, para posteriormente llegar a impregnar hasta las mismas ideas. Es decir, en Platón, el Eros, ese demiurgo y contradictorio hijo de Poros y de Penia, es el demiurgo el que nos hace proclives a buscar en el amor lo que nos falta. El que maravillosamente, nos permite amar y acercarnos a todo lo esencial de lo viviente, el que al erotizarnos la vida nos la revela como una forma inabarcable y deseable de belleza.

Con rumor Anaximandro

Anaximandro supuso que la vida toda procedía de la humedad. ¿Qué tendrá entonces de arbitrario imaginar que en una lagrima pueda resumirse la esencia de la criatura humana?

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