martes, julio 2, 2024
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Corrupción y escepticismo

Por CARLOS E. CAÑAR SARRIA – carlosecanar@hotmail.com

Es la corrupción el problema más grave de la sociedad colombiana. Sin duda alguna, la corrupción es la peor patología en una democracia en construcción como la nuestra.

Es consuetudinario que cada día nace un nuevo escándalo que compromete a actores de todas las ramas del poder público. Situación que ha generado un escepticismo colectivo en una población que tradicionalmente se mantiene escasa de buenos paradigmas. Ya no se cree en nada ni en nadie.

Prácticamente el país está podrido tanto ética como moralmente. Escándalo tras escándalo no sólo produce indignación sino también asco.

En todos los lugares, desde todos los estratos sociales, en entidades públicas y privadas, etc., no hay otro tema que preocupe tanto como la corrupción. Por lo visto la ética personal y la moral pública están en el piso, lo que invalida construir con optimismo tejido social que garantice la convivencia civilizada entre los colombianos. La corrupción malogra el deseo más ansiado que es la paz, en primer lugar porque se contrapone a la democratización de la sociedad, y en segundo lugar, porque la corrupción es una irrupción violenta contra lo público.

En periodos preelectorales y electorales ningún discurso resultaría creíble si no se hace contra la corrupción. Lo difícil es creerles a todos los personajes que manejan el discurso anti corrupción. Se destapan las ollas podridas y la credibilidad desaparece. De ahí que en todo el espectro político la corrupción es el tema central. Sin embargo, es bastante complicado el asunto cuando, reiteramos, el escepticismo se apodera de la población.

Es intolerable la actitud de personajes que se enriquecen con la necesidad de gran cantidad de compatriotas que subsisten entre la miseria y la pobreza. En un país como Colombia, con los más bajos índices de desarrollo humano en el contexto latinoamericano; con regiones en alto grado de desnutrición como la Guajira, con altas tasas de desempleo en todo el territorio nacional, con lugares donde nunca el Estado hace presencia en inversión social, difícilmente se puede rescatar la fe en las instituciones.

Se viene hablando de manera insistente en la necesidad de una pedagogía para la paz, sin embargo, la paz no será posible sin una pedagogía contra la corrupción; lo difícil es determinar cómo se implementan en una sociedad que ha hecho crisis.

Recordamos nuevamente la concepción de anomia social tenida en cuenta por el sociólogo francés Emilio Durkheim: cuando una sociedad toca fondo, cuando el orden jurídico y social está deslegitimado, en donde cada quien tira ´para su lado y pretende hacer lo que le da la gana, no hay otra alternativa que construir o reconstruir tejido social si es que no queremos quedar atrapados en el abismo; se trata de la conciencia social que no puede edificarse sin lazos de solidaridad. La tarea no es tan sencilla, pero es necesario emprenderla sin postergación alguna.

En la década de los 90 uno de los primeros fiscales generales de la Nación se hizo célebre con el lema: “¡que tiemblen todos los corruptos!”; después de haber sido considerado uno de los personajes más populares y respetados del país, resultó comprometido en actos de corrupción que entre otras cosas, también le significaron la pérdida de la visa norteamericana.

Vivimos en un país de coyunturas donde un escándalo tapa a otro y así sucesivamente en el devenir trágico de nuestra historia.

De los escándalos de corrupción no está exento el actual gobierno. Creemos en nuestro presidente Petro y estamos optimistas en que todo quedará claro ante la justicia. El Presidente tiene en sus manos la coyuntura histórica de no defraudar a millones de compatriotas que votamos por él, esperanzados en una pedagogía del cambio, que no podrá ser posible sin una actitud contundente y aguerrida contra la corrupción.

Para combatir la corrupción, en algunos escenarios del territorio nacional, se escucha sobre la necesidad de un relevo generacional. Esto es cierto, pero ese relevo generacional no puede circunscribirse a los jóvenes, pues muchos de los que hoy nos decepcionan comenzaron siendo muy jóvenes en la administración pública; no es asunto de edad, es cuestión de principios y convicciones, que por ser tales, no se enajenan, ni se compran ni se venden.

Aquello de que todo tiene su precio debe desterrarse del argot popular de los colombianos. Seguir pensando de una manera equivocada en que todos somos vendibles y que por lo tanto nos inclinamos a acceder al mejor postor, no es sólo injusto sino también torpe.

No obstante todo esto, aunque parezca contradictorio, hay que mirar el futuro con optimismo, para ello es necesario sentar las bases para la construcción de una nueva sociedad erigida en los pilares de la ética y de la moral pública. Es necesaria la formación y consolidación de unos nuevos liderazgos, que sobreponen el compromiso social sobre los intereses mezquinos de los corruptos.

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