Inicio OPINIÓN PALOMA MUÑOZ ¿De cuál crisis de la democracia estamos hablando?

¿De cuál crisis de la democracia estamos hablando?

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Casi todos hablamos de democracia, pero ¿sabemos realmente qué es? La democracia, como concepto y práctica, es una construcción que ha evolucionado y se ha moldeado a lo largo de los siglos. No es una entidad estática, sino un ideal en constante desarrollo que debe ser protegido y renovado continuamente. La historia nos muestra que la democracia es frágil y puede ser fácilmente destruida, como sucedió en la década de 1920 con el ascenso del nazismo y el fascismo, que arrasaron con las democracias europeas de la época. Este hecho subraya que la conquista de la democracia no garantiza su permanencia.

El nacimiento de la democracia se remonta a los griegos, quienes revolucionaron la idea de gobierno al proponer una sociedad que funcionara por acuerdos. Esta fue una desviación radical de los sistemas anteriores, donde el poder estaba intrínsecamente ligado a la divinidad. En civilizaciones como la egipcia y la persa, la legitimidad del gobierno provenía de una conexión divina. Sin embargo, los griegos, especialmente en Atenas, plantearon un nuevo orden civil basado en la participación ciudadana y la deliberación colectiva.

A pesar de sus limitaciones, como la exclusión de mujeres y extranjeros, la democracia ateniense sentó las bases de una idea poderosa: que la legitimidad del poder reside en el consenso de los gobernados. Esta idea fue pionera y abrió un nuevo horizonte político en el mundo antiguo, influenciando sistemas posteriores como la República Romana.

En la actualidad, se habla con frecuencia de la crisis de la democracia. Pero, ¿de cuál democracia estamos hablando? La crisis de la democracia que estamos viviendo es la crisis de la democracia burguesa, esa en la que solo vemos en su versión más sistémica y que se ha reducido solamente en aquella en la que los ciudadanos y ciudadanas solo cuentan como votantes ocasionales. En este modelo, el acto de votar es en donde se ha reducido a una mera formalidad, un rito periódico donde se elige a los gobernantes con la esperanza de maximizar el bienestar y defender intereses y privilegios.

En Colombia y en el resto de países de América Latina, las sociedades se encuentran en una encrucijada. A menudo, los ciudadanos optan por no votar, o cuando lo hacen, eligen gobiernos que se contraponen a sus propios derechos y reconocimiento como sujetos ciudadanos. Esta paradoja resuena con fuerza: la gente, cuando vota, parece estar votando contra sí misma. En muchos casos, ni siquiera participan en el proceso electoral, expresando su opinión con la contundencia del silencio o la indiferencia.

Pero la democracia de la participación ciudadana en la gobernanza, nos asusta. Porque es la democracia sustantiva, la radical, la transformadora y libertaria, la que es vehículo para la transformación social, la que nos conecta con su origen planteado de ser un nuevo orden civil basado en la participación ciudadana y la deliberación colectiva. Necesitamos reimaginar un sistema político que vaya más allá de la mera votación, que incorpore la participación activa y continua de los ciudadanos en la toma de decisiones. Y no en aquella democracia burguesa que se ha vuelto un mecanismo de perpetuación del statu quo.

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