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La Esperanza desde la pequeñez

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En tiempos de crisis global, pensar en la esperanza puede parecer un acto de desafío. Sin embargo, en el contexto actual, es crucial replantearnos cómo concebimos y practicamos la esperanza. En lugar de verla como una gran fuerza abstracta, debemos abordarla desde la pequeñez y la posibilidad. Lo he visto en las mujeres rurales y comunitarias que luchan sembrando vida donde está la muerte.

Tradicionalmente, hemos pensado en la esperanza como una fuerza monumental, una luz al final del túnel que guía nuestros pasos. Sin embargo, en la realidad cotidiana, esta visión puede resultar inalcanzable y desalentadora. Pensar en la esperanza desde la pequeñez implica reconocer y valorar los actos cotidianos de resistencia y cuidado que, aunque pequeños, tienen un impacto significativo.

En las comunidades marginalizadas, la esperanza se manifiesta en formas simples y tangibles: el acto de sembrar una huerta comunitaria, el cuidado mutuo entre vecinos, la educación popular que empodera a las nuevas generaciones. Estos pequeños actos son semillas de esperanza que, aunque no derrumban muros de inmediato, crean fisuras que, con el tiempo, pueden debilitar las estructuras opresivas.

Estas fisuras son espacios de resistencia y posibilidad, donde las normativas hegemónicas no tienen el control total. Son los espacios donde las comunidades construyen alternativas, donde las relaciones de solidaridad y apoyo mutuo florecen.

Las mujeres que luchan tienen un papel crucial en identificar y ampliar estas fisuras. Al trabajar en proyectos comunitarios, al fomentar redes de apoyo y al crear espacios seguros para el diálogo y la acción, contribuyen a debilitar las estructuras opresivas desde adentro. Es en estos espacios donde la esperanza desde la pequeñez se vuelve una práctica concreta y transformadora.

Contribuir a estas acciones implica, primero, una toma de conciencia crítica de las propias posiciones y privilegios. Requiere escuchar y aprender de las voces de las comunidades indígenas, afrodescendientes, campesinas y otras que han estado en la vanguardia de la resistencia. Implica también un compromiso con la praxis, con llevar a la acción los principios de justicia y equidad.

En un mundo marcado por la violencia, la desigualdad y la destrucción ambiental, sembrar vida donde está la muerte es un acto radical de esperanza. Las mujeres que luchan pueden sembrar vida en múltiples formas: promoviendo prácticas de cuidado mutuo, y defendiendo los derechos humanos y ambientales.

Estos actos de siembra son tanto literales como metafóricos. Sembrar vida puede significar también fomentar la educación y la cultura, apoyar las artes y las expresiones comunitarias, y trabajar por la justicia en todas sus formas. Es en estos actos donde la esperanza desde la pequeñez se manifiesta con mayor claridad y fuerza, mostrando que incluso en los contextos más adversos, es posible crear y sostener vida.

Por eso, pensar y hacer la esperanza desde la pequeñez y la posibilidad nos invita a una práctica cotidiana y constante de resistencia y creación.

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