domingo, junio 30, 2024
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El Amito de Belén

Por Jesús Astaiza Mosquera

Cuando era todavía un “quicato” de cinco años, mi madre Ana Julia Mosquera, por enfermedad de mi padre, Humberto Astaíza, me puso el “flux” y pantalón corto con tirantes, camisa blanca de manga larga y una vela de laurel, para que mi primo Otón López Mosquera me llevara a alumbrar en la procesión de la subida del Amo.

Al salir me recitaba una sarta de recomendaciones: alumbre con el cirio hacia la calle; no se vaya a quemar los dedos con la cera caliente; como usted es pequeño cuídese de no quemarle la ropa al que va adelante y avíspese para que no le pase lo mismo. Guarde espacio. Esté pendiente al parar la fila para no chocar. ¡Ojo! No vaya a ser cosa que le chamusquen el pelo. Usted va alumbrar no a “chorriarse” el vestidito y embadurnarse los zapatos. No cuelgue el hacha y se vaya de hocico al piso, pues los andenes están desnivelados y resbalosos por la cera caída. Cuando ya estaba pollo pelón seguía con la misma retahíla pero con ñapa: no vaya a tomar traguito y de contera al quedarse dormido tengan que traerlo cargado como el de la Emulsión de Scott. Pídale al Amito que le dé salud y nunca vaya a echarse con las petacas. Apenas termine véngase para la casa que yo le tengo lista su sopa de tortilla con un seco bien “trancao” y un champús mandacallar.

Es importante recordar, que esta bella imagen había sido traída desde Pasto por un rico artesano de nombre JUAN ANTONIO VELASCO y perfeccionada y encarnada en Popayán con el apoyo económico de don JOSÉ DOLORES FRÁVEGA. Su esposa doña GERÓNIMA DE VELASCO Y NOGUERA, le tributó culto privado en su casa de habitación, prestando la imagen para que desfilara en la procesión que salía de la Catedral desde 1681.

Cuando fue nombrado como arzobispo de Popayán monseñor JUAN MANUEL GONZÁLEZ ARBELÁEZ en 1942, dispuso que los pasos del SANTO ECCE HOMO Y EL AMO CAÍDO, bajaran a la Catedral y que el AMO subiera nuevamente a Belén el primero de mayo, acontecimiento que se repite hasta la fecha, acompañado por una impresionante multitud de hombres. Me atrevo a decir que es la única procesión religiosa que se celebra en el mundo un PRIMERO DE MAYO y que dada la fuerza de la tradición cristiana seguirá por los siglos de los siglos mientras las madres sigan motivando y los abuelos salgan a alumbrar con sus hijos y sus nietos. Es la devoción popular más espontánea e inolvidable que pueda concebirse.

Entre gallos y media noche volteo la página y vuelven a mi memoria los maravillosos momentos donde con mucha anticipación los feligreses comenzaban a prepararse para tan magno evento. La iglesia con sus prelados, el síndico, los cargueros, la banda de músicos, la chirimía, los alumbrantes y las vendedoras de alimentos. En cada barrio familias enteras empezaban con mucha anticipación a preparar la cera de laurel, el pabilo y el molde de lata de diferente tamaño para hacer las velas. Los amigos se comunicaban y fijaban hora y lugar para encontrarse, con sendos cirios y el mejor vestido. El que faltaba era porque se había muerto. Alumbrando se establecieron relaciones para toda la vida y guardábamos la esperanza milagrosa de volvernos a ver bajo el palio santificante del AMO DE BELÉN.

El PRIMERO DE MAYO, desde las ocho de la mañana, nos dirigíamos en pequeños grupos a San Francisco para irnos acomodando, ya en el interior de la iglesia, en el atrio de piedra de canto rodado y en las calles circunvecinas hasta llegar a San José, lugar donde la chirimía empezaban a calentar para afinar la flauta, desperezar los mates y templar la tambora. Todo el espacio quedaba repleto. En la casa Sindical de la octava con quinta y cuarta, se asomaban los inconformes idealistas de la época: don Tulio Guevara, Clodomiro González y José Leonardo Garzón, entre otros, quienes al observar tanto proletario junto silenciaban las consignas y apagaban los parlantes, guardando el debido respeto ante el paso del Amito de Belén.

Palechor que se ubicaba en la puerta decía prendido: ¡nada de bulla contra el Amito… porque la tienen conmigo! Miraba a los jefes sindicales y empezaba a rezar con devoción la plegaria dolorosa. Las manifestaciones ruidosas y voces estentóreas la rebeldía se acallaban ante tan magnífica demostración de fe y algunos conmovidos se juntaban a la procesión para alumbrar, dado que el Amo es el líder de los trabajadores. Es de los nuestros. Era el civismo caminando por las calles coloniales con una muestra imborrable de tolerancia y paz. Qué de abrazos, alegría y charlas informales en el feliz encuentro. ¿Te acordás? Claro, cómo no. Y empezaban las interminables historias que fenecían al escucharse el toque marcial de los tambores y el jubiloso son de la chirimía. Las velas se encendían antes de hacer fila para el indescriptible recorrido.

En las aceras las damas miraban el lento caminar de los hombres en multitudinaria fila. Las muchachas se hacían de cruces viendo tantos hombres juntos. Guineo que venía vestido de sacristán con una vela superior a su tamaño, mirando a las damas les decía: ¡chiiitoo! y seguía de largo con su risita picarona. El negro Roque Campo, eximio lector, comentaba: cómo es la vida, lo que Marx no unió lo vino a unir el Amito, sin tanta filosofía.

Al principio se subía por los kingos y era de ver algunos alumbrantes haciendo penitencia por los favores recibidos. Unos caminaban descalzos. Otros lo hacían de rodillas y llegaban con peladuras sangrantes. Recuerdo que el indio Henry subió en cuclillas, en agradecimiento por haber dejado el trago y conseguido trabajo. Cuando llegó al atrio, no pudo pararse. El sobador Vidal, lo acostó en la banca del último viacrucis, calentó una vela, recogió el “moquito” y le hizo masajes en la bisagra de las corvas hasta la pantorrilla. Al quinto intento logró enderezarle la pata izquierda y luego de un templonazo le estiró la otra sin “ayayaes”. Era parte del milagrito.

Se entraba a la capilla a dar gracias, pedir empleo y sobre todo salud para volver en los años siguientes sin necesidad de muletas o alcayata.

Con el tiempo decidieron subirlo por la carretera. Desde el Asilo de Ancianos empezaban las toldas desbordantes de empanadas, morcillas, fritanga, jugos… No hay cosa más deliciosa que comer bajo una tolda. Las vendedoras se preparaban con todas las de la ley a sabiendas que no hay cosa más tragona que un hombre. Que lo digan nuestras propias mamás. Al principio algunos alumbrantes se “jumaban”, con el cuento de que el AMITO cuida a sus borrachitos, pero por fortuna esta práctica se acabó. Henry, amigo de todas las horas, solamente hacía gárgaras de saliva al pasar. Chepe al encontrarse a Pedrito, compañero de “viejas”… andanzas, – futbolísticas-, le dijo: ¡eeeh” Campeón…vos otra vez en las mismas. Por qué Campeón, le preguntó Pedrito: porque sos como Brasil: levantando copas.

Cuando los que íbamos adelante regresábamos EL AMO recién venía por la esquina de El Carmen. Allí, donde hoy está el restaurante los Kingos, le dábamos espera mientras merendábamos un plato de empanadas, tamales y champús, que pedía mi hermano Chepe. Al ratico ya se escuchaba la Chirimía con toda la alegría fiestera de una religiosidad jamás vista pues había nacido de las entrañas de una fervorosa comunidad. Los flautistas Jairo Navia, el médico “Tillo” Fernández, Andrés López y “Fino” Satízabal, tocaban las flautas magistralmente, dando rienda suelta a la música caucana. Cuadros, y Eduardo Vidal “Chancaca Tercero”, casi reventaban las tamboras; Román, ventilaba los mates con asombrosa precisión; la peineta, en manos del “Muerto” Caicedo, pasaba “ventiada” por el espinazo de la carrasca y Marcel Arciniegas le daba al triángulo como sacristán estrenando campanilla.

En esas apareció el AMO en todo su esplendor. El sol resplandecía en su trono de plata repujada y de pronto rompimos en aplausos. El corazón parecía salirse del pecho para aclamarlo. La muchedumbre apretujada lo acompañaba feliz. Los cargueros dejaban caer sus perlas de sudor y el señor Arzobispo daba bendiciones con la mística de los verdaderos apóstoles. El momento era conmovedor.

Al verlo pasar decíamos: cuántas veces desde la colonia hasta el presente hubo que bajar El AMITO para aplacar la furia de los temblores, la fuerza indomable de los terremotos, los inviernos sin término, los veranos quemantes, las tempestades de rayos tenebrosos y las guerras entre hermanos.

Hoy, en este nuevo PRIMERO DE MAYO, cuánto agradezco a mi madre la vocación de alumbrar a un Dios tan bueno, a mi padre por creer en la doctrina cristiana de “amaos los unos a los otros”, a mi esposa Carmen por animarme y recogernos amorosamente en las horas difíciles con nuestros hijos a quemar incienso y rezar la inspirada oración:

Detén ¡oh Dios benigno!

tu azote poderoso

y calma bondadoso

tu justa indignación;

perdónanos y olvida

que te hemos ofendido

y que hemos afligido

tu amante corazón.

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