El reloj de sol

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Por JESÚS ASTAÍZA MOSQUERA

Le he echado cacumen para darle cuerda al tema histórico del control del tiempo. Pareciera no tener principio porque reinaba la oscuridad como el panorama de Colombia. Pero en razón de que las personas, las cosas y la vida tienen su cuarto de hora, Diosito Lindo, dice la Biblia, creó el día cuarto: “lámparas en el cielo,- el sol y la luna-, para iluminar la tierra”. De allí lógicamente nació la luz y la noche. También apareció el cuarto para dormir y el cuarto en dinero con que se pagaba la dormida y algo más. Lo mismo cuando se decía “haceme el cuarto” para darle un besito a la novia a espaldas de la suegra o robarse los tamales al primer descuido de la organizadora de la fiesta. No olvido tampoco que en la tienda de la esquina de la octava vendían: un cuarto de panela, de chocolate y de manteca y más allacito el señor Dulcey en la esquina refunfuñaba: se largan de aquí, a mí no me vengan con qué diablos ni qué ocho cuartos. O cuando al descuido se besaban en la calle se les gritaba: págale cuarto. Da la impresión entonces de que el cuarto servía para todo como el tiempo.

Por ello se empezó a mencionar cómo se debía actuar durante el día y lo que acarreaba sortear las pesadillas de la noche. Luego funcionó la vida con el antecito del amanecer o del anochecer. Nadie se complicaba pues el tiempo no valía ni un peso. Después el horario se redujo al desayuno, almuerzo y comida. Total, fueron configurando una especie de medición por actividades. Entonces el estómago fue uno de los primeros relojes que empezaba a marcar cuando el reloj biológico chillaba entre el numeral de las tripas, el ombligo era el punto central y el bostezo apareciera refunfuñando el hambre..

El día sexto, cuando Diosito creó los animales, éstos comprendieron de inmediato que al llegar la noche había que chupar ojo, lo que entre humanos se llama tirar pestaña y en el vecindario cerrar cortinas para evitar a los mirones de todos los partidos. En ese mismo momento, no porque lo diga Marx, ni Álvaro Pio, ni don Tulio Guevara, fue cuando aparecieron las diferencias de clases. Las que vivían de la noche: las nocheras y los nocheros que las acompañaban. Los otros eran los que trabajaban de día con excepción de uno que otro congresista dormilón que hacía de día lo de la noche, pues cambiaba los discursos por ronquidos.

Recuerdo que otras veces el tiempo se medía diferente. Por ejemplo cuando a don Florito Rivera le decían cuanto se demoraba caminando de Paispamba a Popayán, decía: la fumada de tres tabaquitos, que para él eran tres horas. Es de imaginar que el tabaquito era de una cuarta, se mantenía a punta de chupadas y se sostenía con berraquilo o bastón.

Sin embargo, siempre hay un pero en el camino, por no decir un político “embejucao”. Los gallos se convirtieron en los despertadores naturales que prácticamente marcaban la hora de desarrugarse. A su canto unos salían corriendo, otros se ponían los pantalones,-a veces sin pagar la cuenta-, algunos dejaban una media y otros optaban por espantarlo sacudiendo las sábanas por la ventana. .

Por eso el gallo se convirtió en el primer testigo cierto, no falso como los de ahora, pues la gente decía: fue a la hora en que cantó el gallo, igualitico al instante en que Pedro negó a Jesús. Allí se oficializó el canto de los gallos a las tres de la tarde, a las diez de la noche y a las tres de la mañana, cuando Pedro, por faltón “cantó” no conocerlo. Será por ello que cuando se quiere sacar de mentira a verdad, la gente del común afirma: lo pusieron a cantar.

Entiendo, como en todo, que hay gallos despistados que cantan cuando se acuerdan y envolatan que da miedo. En San Camilo, se disputaban la autoría de un cuento: don Gratiniano Capera, uno de los Moreno y Horacio Paredes. Resulta que donde hoy funciona, a media asta, la casa conservadora de la octava, vivía doña Carmen de Paredes, no de las Paredes de más arribita. Había un gallo del tamaño de un avestruz que no cesaba de cantar y por consiguiente trasnochaba a los vecinos. Un día de esos, pues no hay otros (no me acuerdo si esto ya lo había escrito) Horacio resolvió darle “materile” a media noche, después de haberse empujado media de aguardiente.

Pero el gallo, por cosas del destino, guardó su “canturriadera” y no cantó a la una como acostumbraba sino a las cuatro de la mañana, cuando ya daban el primer toque las campanas en la iglesia de San José anunciando la misa de cinco. Sin prender la luz, se levantó “despacitico” en pantuflas,
traspasó el cerco de la casa vecina, cogió el gallo y cuando le estaba torciendo el pescuezo, lo sintió don Gratiniano y le gritó: hombre Horacio, que de malo te ha hecho el pobre gallo. No lo matés. Horacio lo miró enternecido, por no decir asustado y le respondió: es que le estoy dando cuerda para que me despierte más temprano.

Al soltarlo, el gallo dio vueltas en ringlete y después salió volando como un helicóptero a esconderse bajo el fundillo de las gallinas que armaron un alboroto similar al de los acompañantes de los candidatos a las inscripciones en la Registraduría.

Con el tiempo apareció el reloj de sol. Los mayorcitos, los antepasados de los taitas, empezaron a medir el tiempo a través de un palo vertical, -y eso que eran mayorcitos- colocado sobre el piso, para contar el tiempo con su sombra y de esta manera manejaron las horas, los días, las fiestas y hasta las horas de trabajar. Qué vaina. En plata blanca, –ahora está tan corrompida-, no sé quien inventó el reloj de sol, más sí recuerdo, con absoluta claridad que en San Camilo don Clodomiro González lo manejaba con la impresionante exactitud con que utilizaba la garlopa o el serrucho (todavía la política era sana), según refería el maestro Gerardo Navia. Casi siempre en las horas de la mañana, Avispa acudía a saludar a don Clodomiro, -a quien a veces le decía don Clodoveo-, le preguntaba la hora y se marchaba. Con el tiempo Avispa compró un reloj marca Mulco, con números fosforescentes y era feliz yéndole a preguntar la hora a don Clodo. Éste sacaba una mesita, la colocaba en el centro del enorme patio, con la tablita vertical en el centro y le daba la hora con absoluta precisión. Avispa la comparaba con su reloj y era tanta la fe,- que ya no existe-, en don Clodomiro y su tablita que lo adelantaba o atrasaba para ajustarlo, hasta el día que de tanto darle manivela le arrancó la cuerda. Por fortuna don Clodomiro tuvo cuerda por muchos años para seguirle dando la hora al peluquero Avispa.

Pero quién iba a imaginar que un hijo del mismito Clodomiro, el profesor de la Universidad del Cauca Mauricio González, en compañía del también profesor Usuardo Ramírez, Aidé Vera de Gutiérrez, Francisco García, se contactaran en 1991, con el doctor Antonio Bernal González, ilustre Director del Planetario de Medellín, para construir en Popayán un RELOJ DE SOL con todas las de la ley y a su vez, dieran con las calidades humanas de un mecenas o patrocinador que asumiera los costos. Así fue como encontraron el apoyo total del doctor JUAN CRISTOBAL VELASCO, Director de COMFACAUCA, que es otro reloj que no descansa y una de las personas que más calladamente trabaja por Popayán, quien les dio no sólo el apoyo económico sino el aliento para realizar tan bonita obra. Una vez escogido el espacio abierto de la glorieta frente al Colegio Mayor, se iniciaron los trabajos hasta su culminación en 1995.

Este reloj que es admiración de cuanto visitante viene a Popayán se encuentra un poco descuidado y bueno fuera que el Colegio Mayor se encargara de su mantenimiento. Además, una construcción cercana, le quitó la posibilidad de marcar las horas completas del día por la proyección de la sombra. Ahora señala el tiempo hasta las cuatro. Aquí todo es así. Se autorizan obras sin pensar en ciudad y eso que viven hablando de turismo, desarrollo sostenible y plan deordenamiento..

Allí encontré un Policía de Turismo quien explicaba científicamente el funcionamiento a unos turistas nacionales y extranjeros. Una señorita que no había hecho sino hablar por celular le preguntó al término de la explicación: ¿y cómo se le da cuerda? Un gringo de chanclas contestó: ¡guau!… no dar cuerda…y ella volvió a preguntar: ¿entonces… funciona con pila? ¡Oh caraja! Volvió a responder el gringo tratando de quitarse una chancleta.

El agente intervino decentemente diciendo: ni lo uno ni lo otro…el sol hace el trabajo y la sombra la hora. Y bien oronda la muchacha volvió a coger el celular y se marchó tras el grupo, como si su intervención, al estilo político, hubiese sido una maravilla. ¡Esto es lo que da la educación a medias!

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