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Evocando al maestro Carlos Gaviria Díaz

Por Diego Fernando Sánchez Vivas

Recostado en una sala de cuidados intensivos de una clínica de la capital, aquejado por una afección respiratoria, en una tarde del martes último de marzo del año 2015, veía pasar imágenes de su memoria que como fotografías, se entrelazaban en forma caprichosa, y miraba el transcurrir de su vida en un instante.

Recordó esa infancia modesta pero feliz en un pequeño poblado de Antioquia, su gusto temprano por los libros, la tragedia familiar que le afianzó su carácter fuerte. Se veía a sí mismo en las aulas de la Universidad de Antioquia, ante un gran número de estudiantes totalmente absortos en su línea argumental hablando de un extraordinario texto. “El concepto del derecho” de Herbert Hart, repasando con sus alumnos pasajes enteros de Ludwing Wittgenstein, Bertrand Rusell, Sócrates, Kant, Karl Krauss, Platón, y los versos lúcidos y deslumbrantes de Borges.

Recordó con tristeza, esa aciaga época en que con su amigo y compañero de lucha de la Universidad de Antioquia, Héctor Abad Gómez y numerosos amigos y compañeros que pensaban en un futuro más justo y equitativo, caían asesinados por las balas de la intolerancia, y evocó su exilio de dos años en Argentina. Vio pasar luego por su memoria, los días felices de la promulgación de la Constitución Política de 1991, el nacimiento de instituciones como la Corte Constitucional. Se vio en esa gran Corte, dirigiendo y orientando con el también ilustre magistrado Ciro Angarita una jurisprudencia de avanzada en defensa de los derechos de los más débiles, la protección de los sectores más vulnerables de la sociedad y de temas como el libre desarrollo de la personalidad, la eutanasia, la dosis mínima, la libertad de cultos y la separación de la iglesia y el Estado, que han servido de orientación jurisprudencial a nivel global.

Luego se vio en una gran plaza pública, rodeado de miles de espectadores que seguían con gran interés sus tesis de cómo se debe gobernar desde la decencia, la honestidad, la verdad y la defensa de los más necesitados, y recordó que más de dos millones seiscientos mil ciudadanos colombianos lo respaldaron en su propuesta de gobernar el país  y que no estaban de acuerdo con la otra opción.

Finalmente vio a su esposa y a sus hijos, recordando los más grandes días a su lado en familia. No alcanzó a vislumbrar entonces el enorme pesar, tristeza  y sensación de vacío que dejó en un país su ausencia en esa vida tan llena de virtudes del maestro ejemplar, del brillante magistrado, del político honesto, del ser humano íntegro que hoy, años después de su ausencia definitiva de este mundo terrenal, lo evocamos con la admiración y el afecto que despiertan los grandes hombres.

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