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Filosofía de los Afectos 3.

Por: Javier Orlando Muñoz Bastidas.

Para Isabel Lara Arboleda.

Hay quienes nacen extraños. Hay quienes comprenden claramente que no pertenecen a nada: Ni a una identidad, ni a una patria, ni a una religión, ni a una filosofía. De hecho, los extraños se dan cuenta que no pertenecen a aquello que se denomina como “ser humano”. El “extrañamiento” es una afirmación vital de la posibilidad de la diferencia absoluta.

Es importante pensar y comprender el fundamento del extrañamiento, porque ahí se puede asumir aquello que hace posible la creación y elevación de la consciencia. Los extraños son aquellos que inauguran los quiebres y las rupturas transgresoras, para que, desde ahí, se pueda dar el salto hacia lo diferente. El extraño es el que, como cantó Baudelaire, se lanza a lo incierto para crear lo nuevo.

Lo que se denomina como “ser humano”, es en realidad una creación de sentido, mediante el cual se realiza una afirmación de la consciencia de lo individual, desde un contexto particular. El ser humano no es una entidad determinada y definida, que se mueva y funcione a partir de unas leyes establecidas. Todo lo contrario: el ser humano es una posibilidad de creación de sí. ¿Qué puede llegar a crear el ser humano? ¿Qué puede llegar a construir un ser que es indeterminado y carente de sentido? En efecto: debe crearse a sí mismo. Esa es la dignidad del ser humano: crearse a sí mismo, en formas cada vez nuevas y mejores.

El problema está cuando se le crea un sentido, que se impone como definitivo. Todo lo que existe es una creación de sentido. Pero hay creaciones que se imponen como si fueran determinaciones. Esto es, en realidad, un doble ejercicio de poder y de control. De poder, porque cuando un sentido se impone, el individuo queda sometido al mismo. Y de control, porque hay momentos en los que es necesario asumir una creación de sentido como si fuera una determinación, para que esto potencie al individuo. Pero lo cierto es que toda determinación es una creación de sentido, que se puede transgredir para crear nuevos y más complejos sentidos.

Como afirmó el delirante Artaud: “El cuerpo muere porque se ha olvidado transformarlo”; algo que confirma Spinoza cuando expresa: “Nadie sabe lo que un cuerpo puede llegar a realizar”. La verdad es que el cuerpo hay que crearlo. La forma y funcionalidad del cuerpo, son determinaciones que operan en los dos ejercicios mencionados. Pero el “cuerpo en sí” hay que crearlo. Hay formas y funcionalidades superiores del cuerpo, que no corresponden ni al poder ni al control.

Lo mismo debemos afirmar con la “consciencia de sí”: se debe crear esa consciencia. Un concepto adecuado de conciencia, puede ser: es un sistema infinito-en-potencia, de interconexiones de sentido. La conciencia de sí, del otro y de lo real depende del nivel de complejidad de ese sistema. Hay que liberar la consciencia de todos los sentidos auto-limitantes y decadentes.

Los que nacen extraños asumen la incertidumbre de la indeterminación, y la potencia de la creación. Los extraños se niegan a toda identidad y a toda determinación, porque tienen consciencia del proceso infinito en el que se encuentran. Se le debe gratitud a los extraños por afrontar el riesgo absoluto de destruirlo todo, para crearlo todo. Ese es el gesto evolutivo por excelencia: apartarse de la multitud y asumir la soledad como estado esencial de sí; abandonar todo lo banal y superficial, para ser los guardianes de lo superior que vendrá; de lo superior que solo se lo intuye, pero ante lo que se está dispuesto a entregarlo todo, como el acto de sacrificio poético fundamental.

Lo complejo es que todos somos extraños, es decir: únicos, diferentes e irrepetibles. Pero solo unos pocos, solo una minoría ha asumido la extrañeza como una afirmación de la existencia. Los extraños tienen la aristocrática misión de la creación de lo imposible. Si se apartan para siempre, es para que se despierte la consciencia de la potencia infinita, que está presente de forma inmanente en todo lo que existe.

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