Por Alejandro Mina Zapata
El pasado 3 de abril falleció el venezolano Juan Vicente Pérez Mora, quien desde mayo del 2022 ostentaba el récord Guinness de la persona más longevo del mundo. Este hombre murió a los 115 años, y aunque es todo un hito que haya vivido tanto tiempo, este tipo de acontecimientos nos hacen pensar en la volatilidad y la fragilidad de la vida.
A diferencia de los animales que poseen colmillos, garras, picos o incluso caparazones, el ser humano no tiene en sí mismo nada que le ayude a defenderse de amenazas físicas. Dicha falencia se ve aumentada porque también tiene el riesgo de que las situaciones sociales o económicas desencadenen problemas mentales o emocionales que comprometan su bienestar.
El término fragilidad, visto desde una perspectiva antropológica, se comprende como la condición de finitud propia de la persona. Nos concebimos a nosotros mismos indefensos y susceptibles de sufrir algún daño. Nuestro ser es limitado, restringido y condicionado; contingente e incierto, circunstancial y vulnerable. Es afectado y dañado por las condiciones ambientales y socioeconómicas que estamos viviendo a nivel global, afectando nuestro bienestar físico, psicológico, espiritual, social.
Lenny J. Cuadra en su texto Tiempo y Cicatrices, nos propone una visión diferente y bastante acertada sobre la fragilidad:
“Con el tiempo uno se da cuenta de que los años no nos hacen más fuertes, sino más frágiles. De pronto las lágrimas caen sin razón alguna y las risas, aun con chistes malos, salen de nosotros sin dificultad. ¿Es entonces la fragilidad un símbolo de decadencia y debilidad? Yo pienso que no. La fragilidad es la prueba más real de que aun somos humanos”
Le tenemos miedo a la felicidad, pensamos que si estamos muy felices es porque algo malo nos pasará, o incluso, pensamos que no merecemos ser felices porque “no hemos trabajado lo suficientemente duro” para lograrlo. La vida se va en conseguir apariencias, en la consecución de sueños materiales infundados que apuntan más a complacer a lo que nos han dicho que es éxito, que a lo que nosotros mismos verdaderamente necesitamos para sentirnos a gusto y en paz.
La fragilidad nos pone de frente con nuestra realidad. El hecho de saber que somos susceptibles, limitados, falibles, antes que ser una debilidad, es una fortaleza; nos ayuda a preocuparnos más por aquellas cosas que verdaderamente importan, por practicar el autocuidado de manera adecuada, nos permite compartir lo que somos completamente con aquellas personas que deseamos y también nos pone de frente con la realidad de la responsabilidad que tenemos para con nuestros semejantes de hacer un mundo más seguro para que todos podamos convivir.
