domingo, junio 30, 2024
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Las granadillas del quijo

Jesús Astaiza Mosquera

A veces pienso, que las granadillas de quijo, -no las de corteza dura, aclaró Chepe mi hermano-, son la metáfora de la vida, pues la brevedad de su existir, pasa de la fragante inocencia de la flor, sencilla, casi cándida, al inefable sabor de la madurez, siempre prendidas al hilo de padecer el dilema subliminal de no saber con certeza si es mejor caer o quedar colgando, como suele suceder. Por eso los antiguos patojos interpretando esta circunstancia pendular de la existencia, solían decir:

Hay cosas que colgadas

parecen granadillas

y vueltas al revés

granadillas otra vez.

Sin lugar a dudas, la exótica figura y la dulce frescura de la fruta, me llevan al convencimiento de que EVA perdió El Paraíso y Adán pagó el pato, no por culpa de la bíblica manzana sino de la graciosa granadilla de quijo, que envolvía sus brazos tropicales en el árbol del bien y del mal y que una vez probada, antojaba repetición, es decir, “granadillas otra vez”. Por ello, nada tiene de raro, que el paraíso hubiera estado ubicado en este pródigo valle de Pubenza donde los indígenas, ante la ingesta de la primera cosecha de granadillas no les importó quedarse dormidos en el Azafate sin pensar que los españoles venían tras “EL DORADO” de las provocativas frutas.

En los ejercicios espirituales de aquella época se decía que era la mata bendecida por Dios y mi abuela Teodosia, sostenía que había leído en la CITOLEGÍA, -el GEOGLE de hoy-, que era de la familia de las pasionarias, su nombre en latín: “flospassionis”, y en criollo “flor del sufrimiento” o “flor de la pasión” y mi madre Ana Julia completaba, que dichas flores hacían alusión a la pasión de Cristo, pues así lo requetejuraban los padrecitos misioneros al decir que los instrumentos de la pasión tienen su simbología en las bellas flores de la granadilla. Los pistilos, son los tres clavos conque fue fijado a la Cruz; los pétalos, las cinco llagas que lastimaron su cuerpo; los pelitos de color violeta, la corona de espinas que le pusieron en la cabeza y el bejuco, la cuerda que utilizaron para atarlo de pies y manos. Por lo expuesto, digo, no más digo, que el paso de las Insignias en Popayán, debe llevar de “ñapa”, por lo menos una granadillita.

Un miércoles de ceniza, por allá en los años setenta, el Director Regional del SENA, ROBERTO GASTELBONDO, me citó a su oficina, para imponerme la cruz de que lo reemplazara, pues debía viajar a Bogotá. Ni había alcanzado a sentarme, cuando llamó para informar que el martes santo viajaba a Popayán el Director General, RODOLFO MARTINEZ TONO, en compañía de su esposa.

De inmediato llamé al grupo más entendido para organizar el recibimiento y tomar una decisión. Después de una extenuante discusión, yo, un poco “ñucongo”, propuse realizarlo en el mismo comedor del SENA con comida patoja. Hubo cierto desacuerdo, pero al final se encargó a doña GRACIELA DE BURBANO de preparar la parte culinaria y a las doñas: Lida DE ROSERO y DORA DE MILLÁN su sabia colaboración.

La sorpresa de todos fue increíble. La mesa principal irradiaba creatividad. En el centro aparecía una preciosa batea de madera con granadillas, rodeada por florecitas de la misma planta y a los lados tres lindas muñequitas de trapo confeccionadas por doña LIDA: una ñapanga, la sahumadora y una campesina con canasto lleno de granadillas. Los individuales con telitas de costal de EMPAQUES DEL CAUCA. En sendos platos pequeños unas granadillas cortadas por la mitad, que mostraban los ojitos entre grises y azules de las pepitas y unas cucharitas pequeñas.

La esposa del Director, cogió como un nidito parte de la granadilla, la olfateó mirando al cielo, paseó las pepitas por el paladar y al degustarlas mostró una contagiosa felicidad que transmitió al doctor RODOLFO, dándole a probar. La decencia no les permitió acabar con la batea. Cuando terminaron de comer hubo un estruendoso concierto de aplausos para doña GRACIELA, doña LIDA y doña DORA ante la original presentación, la exquisita preparación y el inolvidable postre de granadillas, razón para oficializar después la programación de cursos de comida criolla con productos del lugar.

Si antaño se decía que no había mejor CIELO Y PAAMMM que el de Popayán, cómo no creer que El PARAISO TERRENAL estuvo asentado en este hermoso valle, acompañado de tantas maravillas de ñapangas y rosquiiillas; tamales y empanadas de pipiaámm; de carantaaanta y de tortilla; el frito y la costilla y las famosas granadillas de quijo, (amarillas de sol y luna) que nutrieron esa camada de ilustres “qu`ijotes” y “qu`ijoootas”.

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