lunes, julio 8, 2024
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Mackandal en Llamas

Por Manolo Gómez Mosquera

Kuentan que Francisco Mackandal en llamas se quemaba y que de él brotaron flamas de inmensos animales al momento de su muerte. La guardia francesa, con sus bayonetas esclavistas, inmersos en aquel instante fabuloso, donde el gigante negro libertario se deshizo en múltiples poderes naturales gritando al cosmos mariposas siderales, no salía del asombro aquel 20 de enero de 1758. El capitán de la tropa, pidió abrir fuego contra las visiones, pero la pólvora no hacia efecto alguno y así vieron brotar el alma de un gigante Caribú que pastaba raudo en la pradera, seguido de un macizo búfalo que envestía soplando al fuego el aire de la isla caribeña. De aquel gigante negro del reino de Guinea, sabedor del arte del veneno, salieron en fuga espiritual un Puma amerikano con sus blancos bigotes rugiendo libertad para los hombres de la tierra; Luego vino el colibrí con sus alas flameantes revolucionando el aire de aquella hoguera carbonizando al Cimarrón del grito herido. Un quetzal, con su tijera cola diosa, entonces aleteo en la noche haitiana sobre aquella hoguera donde los franceses presenciaban la gran transformación. Aquella hoguera revivía con cada espíritu animal que del negro cimarrón brotaba a grito herido, cuando un cóndor redentor entró en la brizna fuego en que Francisco Makandal en llamas se quemaba llevándose consigo sus armas asesinas. De pronto iluminó con su salto cuántico en el fuego un jaguar de estelar noche. Sus fauces salivadas rugientes de vapor brotaron del cuerpo chamuscado del negro Mackandal ahora felino mítico inmortal devorando sin piedad soldados y testigos de la condena. Así La noche pavorosa de la isla caribeña se detuvo en gritos al llegar aquel felino que se llevó en sus garras a las llamas un par de almas militares. Los soldados aterrados suelo al pecho se acostaron para que sus fauces fieras de felino herido no se los llevara consigo a la candela. Entonces, en su maravilloso realismo, de aquel bossale manco devino una Anaconda por su único y alargado brazo de esclavo macerado en las plantaciones de los amos blancos franceses. Aquella anaconda verde esmeralda se arrastró voraz saliendo de la hoguera para buscar a los tres últimos soldados atemorizados defendiéndose con sus ridículas bayonetas. El único brazo, ahora hecho gigante anaconda hambrienta, meció la tierra como terremoto cuando estranguló para las llamas otro par de armados dejando solo al capitán, de frente, vivo ante la maravillosa hoguera. De este modo detalló sus doce hombres armados yaciendo moribundos alrededor del fuego de la plaza donde Mackandal se había llevado consigo las almas de sus enemigos. Cuentan que el capitán sobreviviente, observó cuando Francisco el cimarrón por fin cerró su boca, mientras brotaba sangre de sus gruesos bigotes de pantera, por aquel cósmico grito herido que explotó para siempre en la conciencia Amerikana con su libertario rugir de inevitable cataclismo:

…Ay de ti Haití!

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