Por Pbro: Jesús Fernando Vega Muñoz
Al trabajar en el campo, el campesino ya sabe que cuando siembra la semilla tiene que escoger muy bien el grano, echar abono, regarla, quitar las malas hierbas. Confiar en Dios no significa que me debo quedar con los brazos cruzados y no trabajar, el campesino sabe muy bien que, aunque el grano tiene fuerza y la tierra trasmite su humedad y su alimento pues necesita también del cuidado para que después se pueda convertir en espiga o un arbusto que hasta los pájaros pueden anidar en él.
La palabra de Dios tiene su eficacia y la semilla ira creciendo sin saber cómo. Miremos a los primeros discípulos, por ejemplo: ellos no eran conscientes de los frutos que se tendrían a largo plazo en el mundo y a gran medida.
Nuestra tarea es sembrar, evangelizar, trabajar sin desanimarnos nunca, aunque nos parezca inútil hacerlo porque vemos que el mundo este distraído y no quisiera recibir la semilla, pero tenlo por seguro que algo se queda y después veremos los frutos.
No hay que perder el ánimo, Dios hace germinar y madurar. Eso sí, con nuestro empeño de buen trabajador, misionero, sin perder el impulso, aunque a veces sintiéramos que estamos trabajando en tierra árida.
Dios siempre nos sorprende, por eso, veamos que la semilla de mostaza quizá es la más pequeña, pero a pesar de su pequeñez está llena de vida, es capaz de darse a los demás, sobre todo a los que hoy día para la humanidad no cuentan y no valen, por eso vemos a los pájaros que cuando ya es un arbusto anidan en ella.
Abandonémonos confiadamente en Dios, quien obra grandes cosas en nosotros.
Hoy celebramos el día del padre, por eso, pidamos la bendición de Dios para que puedan guiar a la familia con sabiduría y amor y así como el sembrador cuida la semilla ellos puedan cuidar permanentemente la semilla de la familia que les ha sido confiada
