En medio de los recientes episodios de violencia en Popayán, mi ciudad, me encuentro reflexionando sobre la persistencia de este fenómeno en nuestro país. Los sucesos violentos, lamentablemente, parecen ser una constante en nuestra región, a pesar de los acuerdos de paz y las negociaciones. Esta violencia, arraigada en nuestra historia, se ha convertido en un sistema estructural difícil de erradicar.
Ayer, durante el viaje en taxi de regreso de mi trabajo, tuve la conversación con el conductor en la que surgió el tema de los sucesos y la violencia en Colombia, que horror como que hay un chip incorporado en nuestro ser, el de ser violentos, pero entonces le dije “Para la guerra, nada”. Y regresé entonces, a escribir mi editorial sobre este tema.
Sin embargo, mi intención se vio interrumpida por una llamada angustiada de mi nieto, quien desde lejos expresaba su preocupación por la situación en Popayán y de paso la del país. “Estamos bien”, le contesté. Traté de tranquilizarlo, recordándole que él no había experimentado directamente los horrores del pasado: las bombas, los bloqueos de carreteras por grupos armados, los secuestros, los asesinatos y la corrupción rampante. Le aseguré que estábamos bien, que siempre hemos mantenido la esperanza por la paz y la vida, y le repetí la misma frase como una super abuela, siempre dándoles ánimo “Para la guerra, nada”.
Tras colgar, me quedé reflexionando sobre las distintas perspectivas de mi interlocutor en el taxi y mi nieto. A pesar de las diferencias generacionales y experiencias de vida, ambos comparten un anhelo común: un futuro de paz y prosperidad para nuestro país.
Y entonces recurrí a la canción “Para la guerra, nada” de la cantautora colombiana Marta Gómez que se ha convertido en un himno emblemático del movimiento por la paz en Colombia. Su mensaje poderoso y conmovedor, que clama por la inutilidad de la guerra y la necesidad de la paz, ha resonado profundamente en un país marcado por décadas de conflicto armado. Y lo más interesante es que esta canción es que cada vez que me llaman para preguntarme por los hechos de violencia en el Cauca, mi tierra, se me convirtió en una consigna “para la guerra nada”.
Una canción sencilla pero poderosa, expresando una verdad fundamental que a menudo se pierde en medio del caos, porque la guerra no produce nada de valor. Este mensaje se vuelve aún más potente cuando se considera el contexto colombiano, donde generaciones han sufrido las devastadoras consecuencias de un conflicto prolongado.
La canción no solo ha servido como un medio de expresión artística, sino también como un vehículo de concienciación y movilización. Ha sido utilizada en manifestaciones, eventos culturales y campañas de paz, convirtiéndose en una herramienta para la resistencia pacífica y el activismo social.
Por eso la canción “Para la guerra, nada” de Marta Gómez, y su transformación representa un esfuerzo inspirador para promover la paz en Colombia. Cómo a través del arte y la educación, esta iniciativa busca tocar las vidas de aquellos que han sido afectados por la violencia, ofreciendo un mensaje de esperanza y la posibilidad de un futuro mejor. un mensaje que, aunque sencillo, tiene el poder de cambiar vidas: para la guerra, nada; para la paz, todo.
