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Ruido, opinión y falsedad

Por Alejandro Mina Zapata

Si bien el internet y las redes sociales han facilitado el acceso a la información, también se han convertido en lugares de debate, controversia y hasta agresión. Nos encontramos en un escenario de todos contra todos, donde cada cual cree tener la razón, pero, donde también reina la insustancialidad y la falsedad. Un día las personas son expertas en temas de guerra, otro día. Dostoyevski al escribir Bobok, relata, a través del personaje de Semión Ardaliónovich, con cierto tono de comedia algo parecido al respecto; menciona “no me gusta cuando la gente con tan solo una educación general se mete a resolver cuestiones especializadas, y eso aquí ocurre a cada paso. A las personas civiles les gusta juzgar sobre asuntos militares e incluso de nivel de mariscal de campo, mientras que las personas con formación de ingeniero razonan con mayor frecuencia sobre la filosofía y la economía política.” Esto nos lleva a preguntarnos si hace falta opinar de todo aun cuando no sepamos del tema.

En esta época se ha privilegiado la opinión por encima de la mesura e incluso del respeto del otro. Porque generalmente no se opina para opinar de manera sensata sobre algún tema y contribuir al sano debate y la exposición de ideas, sino que se opina para controvertir a los demás con el ánimo de desestimarlos, de hacerlos ver como menos que él otro, de despojarlos de cualquier virtud que puedan tener para imponerse sobre el otro como quien tiene la absoluta verdad.

Es claro que la diferencia es lo que permite que podamos vivir, relacionarnos y avanzar como sociedad. No existiría la pluralidad en nuestro mundo, si todos fuéramos iguales o si todo lo que existe tuviera la misma naturaleza. De hecho, como seres humanos, tenemos la necesidad de expresar aquellas percepciones que nuestro cerebro hace a partir de las impresiones que nos llegan a través de los sentidos (que son más de 5).

Ahora bien, como escribió Josep Pla en su Cuadern gris (Cuaderno gris), “es mucho más difícil describir que opinar. Infinitamente más. En vista de ello, todo el mundo opina”. El discernir nos lleva a olvidarnos del yo y del juicio, nos lleva a hacer un esfuerzo por realizar un análisis racional de la realidad, para lo cual debemos tener ciertos elementos específicos para poder dar un análisis verdadero, apegado a la realidad y sentado sobre las bases correctas. Cuando se tienen esas características, la opinión toma un curso diferente: la de enriquecer un tema, sin sesgos, para la generación de conocimiento por parte de quien nos lee.

Lastimosamente esta no es la realidad en la mayoría de opiniones. Si nuestras palabras pertenecen a la esfera privada y se quedan para nosotros, está bien. Pero opinar de todo sin el discernimiento, sin elementos claros que nos permitan ser objetivos, solo hace ruido.

En un mundo que sucumbe en la agresión mutua, la insensatez y el desprecio del otro, debemos ser agentes de construcción, puentes que acerquen personas, gestores de diálogos que permitan un desarrollo armonioso de lo que somos. Y como dice un adagio popular: procuremos que nuestras palabras sean dulces por si nos toca tragarlas.

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