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Subrayar. Cuestión de énfasis

Por Socoro Corrales Carvajal

 … escribir o subrayar en los libros no es un sacrilegio, es más bien un intento de forjar una relación de intimidad con el texto”.

Sorayda Peguero Isaac

Siento inmensa alegría por ver y sentir, de nuevo, muy de cerca, a la española, filóloga y escritora Irene Vallejo, invitada especial, este año, a la Feria del libro de Bogotá. De nuevo, porque no es la primera vez que ella está en Colombia deleitándonos con su poética investigación, con su magno y suculento relato histórico del origen del libro, de la trascendencia de las palabras, del reconocimiento a tantas personas que desde tiempos remotos han sido protagonistas, guías y guardianas de la vida de la escritura. Y porque en 2021 disfruté, en plena pandemia, su libro “El infinito en un junco”. Al leerlo fue como si Irene estuviera hablándome al oído para atenuar el pánico al virus que nos llevó a un encierro largo y angustioso, en el que los libros fueron compañía alentadora.

Al oír y ver de nuevo a Irene de cerca, una escritora joven, lectora infatigable y buscadora de datos, me mueve a releer mis subrayados de El infinito en un junto. Subrayados con los que reafirmo que los datos y relatos de Irene son haces de luz de su cálida voz, de su afable manera de contar, recrear y enaltecer la memoria de los pueblos que, en buena medida, se ha enfatizado y preservado por la escritura que acoge la fuerza potente de la capacidad de fabular al son de los datos que van revelando hitos de semejanzas, de particularidades y necesidades humanas para convivir y sortear la incertidumbre, de viajar a lejanas y diversas culturas que siguen siendo alfaguaras de inspiración y cercanía cuando leemos con avidez, con sentido de entretejer aprendizajes, por el placer de imaginar otros mundos posibles, como nos recuerda Irene.

Somos los únicos animales que fabulan, que ahuyentan, la oscuridad con cuentos, que gracias a los relatos aprender a convivir con el caos, que avivan los rescoldos de las hogueras con el aire de sus palabras, que recorren largas distancias para llevar sus historias a los extraños. Y cuándo compartimos los mismos relatos, dejamos de ser extraños. (2020:401).

Las líneas que trazamos para resaltar los pasajes de los libros son como las cicatrices reconocibles en el cuerpo de un amante. Hay quienes prefieren no subrayar sus libros para no irrespetar su integridad o alterar su belleza.
Las líneas que trazamos para resaltar los pasajes de los libros son como las cicatrices reconocibles en el cuerpo de un amante. Hay quienes prefieren no subrayar sus libros para no irrespetar su integridad o alterar su belleza. Sorayda Peguero Isaac. Foto: Ilustración: Alejandra Hernández.
https://www.elespectador.com/el-magazin-cultural/el-sacrilegio-de-subrayar-libros/

Irene cuenta con donaire –don de aire– su proceso de por qué, cómo se decidió y enfrentó a escribir este revelador libro que sigue siendo de asombrosa acogida por su fascinante prosa. Cuenta la rigurosa investigación que llevó a cabo para estructurar su libro que la tiene en la cumbre de la literatura, de las editoriales, de las traducciones, de los maratónicos viajes y entrevistas en las que reitera su fascinación por la lectura y por todo lo que los libros significan en la vida de quien lee, en la dimensión de lo público. En fin, en las relaciones de los pueblos de todos los países a nivel político, de la educación, de las artes y las ciencias.

En la página 21 subrayé en El Infinito en un junco las preguntas que ella se formuló para emprender su investigación. Indagaciones que requieren paciencia, largo tiempo y gusto por aprender, por dar rienda suelta a su fabulación a partir de los datos que fue hallando, analizando, entretejiendo y pariendo en su vasta gestación de formación filológica y su pasión bibliófila.

Al principio de todo, hubo preguntas, enjambres de preguntas: ¿cuándo aparecieron los libros? ¿Cuál es la historia secreta de los esfuerzos por multiplicarlos o aniquilarlos? ¿Qué ser perdió por el camino, y qué se ha salvado? ¿Por qué algunos de ellos se han convertido en clásicos? ¿Cuántas bajas han causado los dientes del tiempo, las uñas del fuego, el veneno del agua? ¿Qué libros han sido quemados con ira, y qué libros se han copiado de forma más apasionada’ ¿Los mismos?

El énfasis de la pasión de Irene por los libros, por esos arcanos inventos que tienen vida y generan vida, que como su libro han sido traducido a muchas lenguas, es para mí una donación del cosmos. Al repasar mis subrayados percibo y recreo su sensible amor por los libros, por investigar y aprender de la historia de la escritura que nunca suplantará la oralidad sino que recorre, reproduce y amplía sus ecos. Ecos que ella va multiplicando en un sinnúmero de evocaciones con las que atestigua que la vida de los libros no está en riesgo mientras haya quien los lea. Somos los seres humanos los que los ponemos en riesgo con profecías catastróficas.

No olvidemos que el libro ha sido nuestro aliado, desde hace muchos siglos, en una guerra que no registran los manuales de historia. La lucha por preservar nuestras creaciones valiosas: las palabras que son apenas un soplo de aire; las ficciones que inventamos para dar sentido al caos y sobrevivir en él; los conocimientos verdaderos, falsos y siempre provisionales que vamos arañando en la roca dura de nuestra ignorancia. (pág.21).

Subrayo en mis libros a pesar de que hay quienes piensan que hacerlo es una profanación. Yo lo hago como énfasis a la sacralidad de los tesoros en los que habita la memoria que nos protege de la peste del olvido y de las visiones catastróficas. Recuerdo a una amiga que me decía que se imaginaba que yo era muy respetuosa de los libros, pero que al ver mis subrayados en uno de los libros que ojeó en mi casa, se daba cuenta que estaba equivocada. Que con esas manchas los libros perdían el apreció que yo les daba, que con esas líneas de colores que yo les trazo ofendo a quienes los escriben, a las historias y conocimientos que esos textos contienen.

La advertencia o sanción de mi amiga no la acogí. Sigo subrayando mis libros cuando encuentro algo que me gusta, asombra e interpela mi experiencia. Cuando encuentro datos, acontecimientos, palabras, citas o nombres de autoras que he leído y otras que desconozco. Leo siempre con lápices de colores que me ayuden a no dejar escapar ideas, palabras que me inquietan o sugieren nuevos significados, otros contextos que van explayando mis sentidos. Palabras nuevas o con otros usos para mí desconocidos, que me hacen consultar mi libro de cabecera, el diccionario de María Moliner, coterránea de Irene que también nació en Zaragoza. Irene con frecuencia la exalta, le rinde tributo como la pionera en el oficio de recabar en la morfología y polisemia de las palabras. En su Facebook Irene así lo atestigua.

Estudié en el mismo instituto y en la misma universidad que María Moliner. La ciudad de la adolescencia de María fue también la de mi juventud. Pensar en su labor original, renovadora y tenaz frente a los obstáculos y las represalias siempre me ha insuflado fuerzas e ilusión: así es como el pasado nos impulsa hacia el futuro.

Subrayar es para mí un ritual de acercamiento, de conversa íntima y silente con el texto, con las ideas, con la autora o el autor que me conmueven, me confrontan, que generan y permiten preguntas difíciles, dudas, vaivenes de escuelas y secuelas de mi experiencia, de las apuestas en los viajes por mundos distintos que los libros posibilitan, que nos llevan por geografías y biografías diversas que ondulan y permean otros pensares. Los libros remueven todo mi ser. Me asoman otros territorios, a distintas formas de fabular, narrar, de vivenciar que las palabras son remansos o lanzas que recaban, nombran, sugieren la complejidad y responsabilidad de la condición humana.

Leer entre líneas permite incursionar en los meandros de la escritura, en esta inventiva humana que como enfatiza Irene Vallejo ha revolucionado al mundo entero. Mis subrayados son expresiones de ganas de atrapar y recrear ideas, imaginar y recoger citas que ayuden a expandir y retroalimentar ensayos, una forma de pausar y repensar encuentros de resonancias en torno a uno de los problemas que investigo -los aportes de las mujeres a las sociedades-, a la vida de los libros que leo en biografías, columnas, cuentos, ensayos, crónicas, novelas, aforismos, diccionarios o novelas.

Subrayar mientras leo mis libros es un ejercicio de ayuda mnemotécnica de huellas de mis ojos y dedos que recorren, que pasan las páginas con sumo interés y pasión por cada libro de una autora o un autor. Aunque debo confesar que mi énfasis y predilección es por la literatura de las mujeres que desde siempre han sido protagonistas de la historia aunque la historia oficial, hegemónica, monolítica, las haya invisibilizado como recalca Irene.

La historia de la literatura empieza de forma inesperada. El primer autor del mundo que firma un texto con su propio nombre es una mujer. Mil quinientos años antes de Homero, Enheduanna, poeta y sacerdotisa, escribió un conjunto de himnos cuyos ecos resuenan todavía en los salmos de la Biblia. Los rubricó con orgullo. (págs.164-165).

Quizá, subrayar sea una provocación a quien le presto un libro. Una insinuación de señalar o recomendar otras autorías, enfoques, preguntas, ejemplos, dimensiones de miradas distintas a la mía, a otros contextos, o posibilidades de aprender. Esas líneas o señales en los libros sugieren o delatan predilecciones o marcas de necesidades formativas o de fervor por los libros, de confiar en quien escribe. Para mí no escapan a mis subrayados novelas, poemas, tesis o ensayos que son los géneros de escritura que más me gustan. Las líneas coloridas en mis libros son grietas que agrandan o suavizan mis vacilaciones, incertidumbres o desconciertos del asombroso descubrimiento que un libro proporciona. Resonancias de otros textos que interpelan, cuestionan o amplían mi experiencia, de necesidad de seguir abonando el terreno de mi existencia. Mis subrayados son a veces de admiración, de duda, de preguntas, de glosar, de leerme a mí misma por lo que he destacado e interpelado. De acariciar o contemplar letras, ideas, contextos que han metamorfoseado y nutrido mi yo extendido y entretejido con tantas mujeres con las que he trabajado.

Subrayar es hacer orlas a quien leo. Como lo dice tan hermosamente Irene Vallejo, dejar de dibujar la realidad para dibujar los sonidos de las ideas. Una épica del reencuentro conmigo misma. Trazos silentes unas veces, otras vociferantes de las huellas que ha dejado mi lectura, mis pasos con los dedos de las manos temblorosas que con frecuencia produce el asombro de lo desconocido. Coloridos zigzagueantes que me llevan a devolver las páginas para hallar conexiones, coherencias, reiteraciones, repeticiones, contradicciones, dudas, nuevas autorías que alertan mi atención y refuerzan mi intención al darme cuenta de que el libro sigue igual pero no yo. Que otra lectura se asoma como si ese libro me llamara y me dijera léeme de nuevo, o coge esos fragmentos y haz con ellos un nuevo relato pero llévame contigo, no me olvides, recuérdame a donde quieras que estés.

Subrayar es una bitácora de pretextos o necesidades de releer, de recordar, de volver la vista atrás. Son líneas de otros relatos que me han antecedido e inspirado y transformado. Que confrontan o descubren otras apetencias lectoras. Un libro nos lleva a otros más, a peregrinar hasta perseguir obsesiva o creativamente otros libros de esa escritora que como Irene nos ha cautivado casi con frenesí. Frenesí es lo que sigo sintiendo al revisitar mis subrayados en El Infinito en un junco. Preludio, interludio y efluvio de la grandeza de lo que Irene Vallejo narró, de su fascinación por las palabras, los libros, las historias de grandeza y de bajeza humana.

Suelo leer de un libro sus primeras páginas -introducción, prefacio o prólogo- y antes de sumergirme en las demás páginas, voy veloz a visitar las últimas -Epilogo, conclusión o nota de cierre- Así intento imaginarme la trama, la historia que voy a leer. Imaginarme un gancho o imán que una las palabras iniciales con las finales. Un brinco cuántico que me proporciona alas para echar a volar mi imaginación. Me lanzo a buscar un anzuelo con el que pueda pescar y pausar mi afán lector.

Por leer y disfrutar a Irene Vallejo con su minucioso libro, por la cercanía que ella genera, me declaro y subrayo con gratitud a la tribu del junco, a ese pedazo de un bejuco por el que corre savia de saberes milenarios que son nutrientes de renovadas autorías.

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