domingo, junio 30, 2024
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Te cuento… recordando a Mario Pachajoa

Por Jesús Astaíza Mosquera

Ni sé cuándo llamó Ricardo Román para decir que un amigo desde los ”IUNAYESTEY” me enviaba un amigable comentario, cosa que me embargó,- no hipotecariamente-, de un “profundo sentimiento patriótico”, tal como solía decir el patojito mayor GUILLERMO LEÓN VALENCIA.

Le recomendé decirle que me alegraron sus palabras, y además, porque en este tiempo, da gusto encontrar personas que sin tanta alharaca como Mario Pachajoa, hicieron mucho por Popayán siguiendo el ejemplo de los antiguos que con similar desprendimiento de su vida y de su plata, dejaron construcciones con posibilidades turísticas inigualables y renombre del cual nos beneficiamos. No se echaron un real al bolsillo, ayudaron al restablecimiento de la república. nos cundieron de honores, iglesias, hermosos caserones en el campo y la ciudad, que es menester agradecer. Pero los beneficiarios de esos esfuerzos, no dijeron ni gracias, pues ni siquiera tuvieron la delicadeza, como hasta hoy, de acoger la propuesta de Bolívar a Santander de indemnizar a Popayán, que había quedado más pelado que el NIÑO DIOS.

Popayán se nos empezó a desdibujar lentamente. Los nacimientos de hombres ilustres se desvanecieron como los nacimientos de agua. Al menos ellos quedaron en la historia. Los segundos en el recuerdo. Los progresistas sin tradición los taparon y los pusieron a correr alcantarilla adentro sin ocurrírseles aprovecharlos en el embellecimiento natural con jardines, prados, pilas, parques, como se estila en otras partes. Grandes familias vendieron hermosos caserones, sus tierras y se marcharon a formar familia y porvenir en otras partes. Nos “bajoneamos” de poder quedando de un lapo con los crespos hechos.

De cuántas empresas salimos. Poquito a poquito “feriaron” los predios municipales, sitios de recreación, espacios libres, partes de museos y los concejales de ese tiempo, -no hablo de los de ahora-, salieron de lo que más pudieron. Hasta la ciudad tan bellamente planeada se desordenó, pues desaprovecharon las vías lentas trazadas, posibilidades de mantener las riberas de los ríos con sus franjas verdes y colinas para conservar la sostenibilidad del paisaje. La cultura entregada como la mejor herencia se fue dejando al vaivén comercial de los indiferentes.

Aparecieron otros intereses y el desapego por la ciudad fue el menú del día. Cierta recóndita envidia embadurnada de egoísmo propició que fuera “ninguneada” desde el alto gobierno hasta los de la tierrita. Los críticos con pesos nada hicieron. La indiferencia política no tuvo interés en su engrandecimiento cultural, cívico y ordenado progreso. A la hora del té, mejor, de la entredía, se pifiaron; seguimos con las petacas vacías y después del puente Viejo, del Humilladero, el Deprimido, Campanario, universidades y el edificio Negret no ha habido ni de fundas una obra monumental que nos reconcilie con el ayer. Da grima su escurrimiento hasta el tuétano.

En un corre que te alcanzo a los predios públicos les han dado otros giros para seguir cabalgando. Todavía quedan cerros que colman alegremente nuestras retinas y La Tetilla aunque la mordisquearon de un lado aún muestra su torneada redondez. Aunque se han hecho vías lentas pues por lentos nos hemos dejado birlar sus espacios y los aprovechados son los que en la “peñusquiña” de los trancones se “arrancan sus cabellos”, como en el Himno Nacional. Los andenes, donde se daba la cera a las damas y a los viejitos, tienen poseedores. Es un milagro caminar sin resultar apachurrado o con el juanete “floriao”. Si antes con pachorra y todo alcanzábamos a llegar a casa, almorzar charladito, con siesta incorporada, ahora toca alimentarse por fuera o llevar fiambre. Sin hablar roña nos hacemos los de la vista gorda para evadir responsabilidades cuando todos de una u otra forma somos cómplices del infortunio por falta de caucanidad, empuje y solidaridad.

Se ha construido, es cierto, y eso es maravilloso, pero la tacañería por ahorrarse el parqueadero en algunas edificaciones ha permitido el “parqueo” en los parques, las casas vecinas y con una tranquilidad rayana en el irrespeto, algunos ponen vallas y flechas de prohibido estacionar. Una amiga me dijo: “desflechízate”, el espacio público es de todos. De seguir la marea así, los “avivatos” constructores estirarán los balcones de los segundos pisos hasta dar con la casa del frente.

¿Pescuezo querías corbata? Pues nos llegó el progreso con hermosos barrios, conjuntos cerrados, piscinas y saunas. Mejores hoteles, restaurantes y bares. La población ha aumentado desmesuradamente y una nueva clase ha surgido con buenos patrimonios mientras los desplazados “aturugan” hasta el cogote la ciudad sin que advirtamos el problema seriamente. El desarrollo cuantitativo debe ir de la mano con lo cualitativo, que no es otra cosa que los valores tan necesarios para hacer de Popayán la ciudad amable, amigable y culta que tanto necesitamos.

Se entendió que salir del “pozo del olvido”, era acabar con las Tinajas, la Churrusca en El Achiral, el lago de Belén, los pantanos de Santa Inés. Uno de los últimos chorritos que brotó en la explanación de la ESTACIÓN, estuvo “boquiando” durante casi un mes hasta que se extinguió en medio de un polvero. Sólo rumorea el de La Pamba y algunos aljibes que son un canto al pasado. Por fortuna los directivos del Nuevo Acueducto previendo que la ciudad se “patarribiara” y los coscorronearan le metieron “julepe” al río Las Piedras y Palacé, construyeron tanques almacenamiento, continúan en el proceso de reponer las redes de acueducto y alcantarillado y la mejor agua del país llega a los hogares en un santiamén.

Pero no todo es “ta mal”. El bar el SOTAREÑO se mantiene del tufo, vales, carnés estudiantiles y una que otra cédula empeñada por los buenos tragos. En la cajilla de madera reposan: el carnet universitario de un ex -gobernador, los vales amanecidos de uno que otro concejal y algunas tesis de grado de los que no volvieron ni en cachas de navaja.

Todavía se vende frito con sabor a puerco y sancocho de gallina de campo. Aunque las empanadas siguen siendo ricas las están chiviando y achiquitando más, lo que obliga a comérselas ´por “puñaos” para sacarles gusto. Los tamales todavía los amarran con cincho, pero no hay necesidad de combinarlos con tanta cosa pues pierden su encanto. Camino Viejo es el reencuentro con la sabrosa comida típica. El chulquín lo venden en la galería con longaniza o huevo duro” picao” y el ternero sigue coloradito por el mero azafrán.

La ciudad se encuentra hasta la ollita del tráfico. Los conductores salen en manada rebuznando con los pitos. Burlan las cebras y semáforos, no respetan las señales de tránsito, se cuadran donde quieren y alegan porque el semáforo no cambia rápido de color, cuando es la moda. Por si fuera poco, la pandemia de las motos atemoriza sin remedio. Parecen avispas espantadas sorbiéndose las distancias, subiéndose a los andenes y culebreando por la derecha, por la izquierda y hasta por debajo de los carros.

Al parque de Caldas se puede llegar caminando y se han reducido los vendedores. De tanto gentío, no encuentras tres patojitos juntos. Por fortuna existen velorios y misas de sanación donde podemos verlos. No importa que la charla se reduzca a dos palabras: ¿te acordás? La vitrina del parque es un vivo muestrario de todo lo habido y por haber, con observatorio de palomas incorporado. Las palomas de los jubilados con el sistema caído. Los que alelados viven esperando el contrato de una palomita y las palomas volanderas que son las únicas “regordas” pues tienen maíz trillado vendido en los “coscongos” camarotes.

Si así no más al parque le han vuelto chicuca los pisos, que tal si pasaran vehículos. No quedaría piedra sobre piedra. Sin embargo sigue siendo como decían nuestras emperifolladas: un primor. Ojalá los comerciantes que dicen querer a Popayán, para obviar el detrimento patrimonial, se toquen el bolsillo cambiando dichos camastros por bancas similares a las que están al interior.

A las Tres Cruces se le están subiendo faldas arriba con las agallas de llegar hasta la “cocora”. Sería bueno reubicarlos entregándoles las cantaleteadas viviendas sociales. Las bellas casas coloniales están más divididas que partido político o almuerzo con visita. Los nuevos compradores, con el visto bueno de algún curador o curandero, les han cambiado de estilo. Sus patios de piedra por baldosa, sus hermosos ventanales por vidrieras y rejas corredizas. Las placas memorables desaparecidas, otras sin pintar, estatuas sin colocar y pocas quedan como testigos fieles de nuestra dorada época.

Hemos dejado las cosas al arbitrio de las personas, pues hay quienes, pretenden acabar con el centro histórico, que es la esencia de la ciudad y la razón por la cual nos visitan y alaban. Echamos culpas a las nuevas administraciones y ponemos a correr más bolas que mesa de billar. Olvidadizos que somos. La ciudad se dejó a la deriva desde hace mucho tiempo. Se abandonó a su suerte y muchos pasaron sin pena ni gloria. Recuperarla no es fácil, -por los callos a pisar y los compadrazgos-, pero no imposible. Es tiempo de eliminar ese sonsonete de criticar todo y empezar a confiar en la nueva gobernanza.

Yo no sé, pero tengo la corazonada de que las cosas están cambiando, pues algunas obras empezadas y terminadas lo demuestran. Los nuevos gobernantes tienen capacidad de riesgo y ya se han atrevido a tomar decisiones. Este aspecto constructivo reconforta y nos lleva a creer que la ciudad recuperará también su inolvidable imagen cultural y cívica, lo cual prueba que “cabalgamos” al encuentro de nuestra identidad. Sabemos que valemos no porque seamos iguales a los demás sino porque tenemos ciertas características que nos hacen diferentes.

Qué bueno saber que hay un grupo de personas interesadas en meter la “pioja”, para levantar este Popayán que tanto queremos. Ahora que arrancamos no reculemos. Trabajemos en equipo, que cuerda y juventud es lo que hay. Los “viejorros” estaremos en la jugada deseando lo mejor.

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