domingo, julio 7, 2024
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Titu, el Chasqui

Por Manolo Gómez Mosquera

La noche del trece de febrero de 1579 el Golden Hind con sus corsarios ebrios entró al Callao pensando no ser visto, sin embargo, en la playa, dormitando, se hallaba Titu, el Chasqui. Amanecía plateado el sol en el pacifico cuando Titu notó la silueta naval pirata fondeando lista para atacar el puerto del Callao con sus mortíferos cañones, mientras una botella en la playa lo esperaba misteriosa. Sin pensarlo, el joven inca de catorce años, asombrado, cogió la botella, su pututu, su chuspa de hierbas, su Uncu, Macana y honda para dar aviso con la concha que habían llegado nuevos visitantes. En el Quepí como pudo echó la botella, maíz y coca y en el Quipu con nudos codifico: “Dioses nuevos nos visitan”. Pensó en que aquella botella debería conocerla el virrey Francisco Álvarez Toledo y así emprendió su carrera, solo, sin relevos, durante dos días, por la costa marinera del lunar Perú andino. Corrió a más de 10 km por hora el joven niño Titu y en su avanzar descomunal por el imperio, el mensajero sudoroso de plumas blancas en el casco, pasaba los neblinosos colgantes puentes desesperado a ritmo y puño fuerte para llevar la noticia de hombres jamás vistos. Así, por el camino inca, Titu el Chasqui, avanzó como ningún antecesor corredor respirando en el sudor de sus agotadas piernas, mientras sus ojotas desamarradas y vueltas a amarrar aun resistían otro día. Quienes le preguntaban por qué no paraba, Titu ni siquiera les miraba, solo alzaba el Quipu codificado y gritando raudo se alejaba: ¡Dioses nuevos nos visitan! Por el Tahuantinsuyo así avanzaba el joven niño Titu, con la botella pirata a la espalda y su Quipu mensajero anunciando la llegada, al instante que los vientos de la cumbre le abrigaban en el rostro llegando a Tumbes como rayo, que, sin mediar palabra, dejó atrás, cual flecha poderosa buscando el legendario Cusco. Ya en Cajamarca tomó un poco de agua. Descanso unos minutos, cambio el Pitu de mascar coca, se puso el Uncu para abrigarse y sin pensarlo continuo en foco para entregar lo encontrado al solón del virreinato. Su padre, pescador, le había puesto Titu en honor al gran Cusi y su madre Urpi, la paloma, le había regalado sus primeras ojotas del camino. Pensaba Titu en su correr: mi padre estará feliz al saber que he salvado el reino, reflexionaba dándose ánimo, mi madre, dará una fiesta con chicha y deliciosa cazuela, pensaba jadeante, siguiendo su correr. Después, Marcahuamachuco le recibió con lluvia, saludó a los otros Chasquis, comió un poco de pescado y sin dudar siguió buscando Huanucopampa. En Tarma le regalaron ojotas nuevas al ver tal tamaño de apuro en el rostro del mensajero niño. Es la muerte decía Titu a los curiosos, viéndolo sudar a cántaro vivo. Ya faltaba el último tramo, tal vez el más difícil para llegar donde el virrey Francisco de Toledo, cuando desfalleciendo entró al Cusco. Entonces, la noche del 15 de febrero de 1579, dos soldados reales alzaron a Titu, el Chasqui llevándolo donde el virrey Toledo quien atónito leyó con lupa y vela, letra por letra, sobre los mapas virreinales, aquella botella misteriosa traída de los mares:

R O N

D R A Q U E.

AMERIKA KUENTOS.

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