domingo, junio 30, 2024
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Vuelve el Salvador

Por: Sebastián Silva-Iragorri

Siglos antes de Cristo el Ser Humano había decaído tanto en su ascenso personal que pareciera que solo una regeneración profunda pudiera crearle nuevos sentimientos y sensaciones como posibilidad sucesiva de progreso en su identidad individual y social. Al convertirse en un ser materializado por conquistas, ambiciones desmedidas y riquezas obtenidas en batallas y combates es posible que fuera abandonando las más profundas creencias y valores espirituales que después se levantaron con fervor en los inicios y extensiones del cristianismo.

Visitando algunos grandes museos del mundo, observamos que en su mayoría las obras obedecen a una motivación religiosa, imágenes en relación a la pasión de Cristo, su historia, su madre, sus apóstoles y demás hechos que configuraron un gran capital espiritual y cubrieron amplios espacios e ideales en la historia universal. Pasado un largo tiempo y luego de la reforma luterana el adoctrinamiento contra valores sublimes fue dejando huella y los soportes fundamentales de las sociedades se fueron debilitando. Ahora en la modernidad con ayuda de los medios, de los sistemas educativos públicos y con la difusión por redes, estudios, programas, influenciadores y otras formas se están expandiendo unas ideas absolutamente materialistas, que respetamos, pero no validamos, por creer que no ayudan al progreso interior del hombre ni a su crecimiento intelectual y ponen en duda los valores y estructuras tradicionales llevando a los seres humanos a desconfiar hasta de su propia existencia e identidad. En ese fangoso mundo que coloca a feministas extremas como defensoras de los valores de la mujer y a radicales violentos como gestores de paz se han ido acumulando equivocadas conductas al perderse el factor ético educativo, lo que nos obliga a redoblar la lucha para conservar la justicia, el orden y la legalidad dentro de la libertad como los verdaderos factores de paz. En este mundo distorsionado, fragmentado y enfrentado a olas de violencia sin fin quisiéramos que regresara y se escuchara nuevamente la voz del más auténtico renovador y redentor de la existencia humana, Jesús de Nazareth, que llegó en el esplendor del pagano Imperio Romano y levantó su voz, que es vida, amor, unión, perdón, servicio y sabiduría. Con su enseñanza se empezó a reconstruir la capacidad del hombre para entender y comprender al otro, para respetar pensamientos, para servir al prójimo, para crear oportunidades y lo más importante, para crecer en todos los niveles espirituales regeneradores de la personalidad. Jesús estuvo en el mundo para afirmar creencias, revocar actitudes de hipócritas y fariseos, para revelar la verdad de Dios y para sembrar la esperanza en los corazones de todos los hombres. Para quienes creemos en una vida posterior espiritual y eterna, las enseñanzas de Jesús son el camino conductor hacia esas posibilidades de redención. Si grabáramos en nuestros corazones sus palabras y sometiéramos nuestra conducta a su ley los frutos de su ejemplo brillarían como luz del mediodía y todas nuestras acciones en la vida tendrían el soporte de la integridad. Podemos hacer política, realizar negocios, trabajar pública y privadamente, amar y construir todos los sueños, con un corazón recto, sincero, lleno de fe y sentimientos cristianos y todo saldrá bien. Pienso, porque lo hemos visto en dolorosos casos ajenos, que lo actuado con malicia, dolo, deshonestidad y falta de transparencia nada produce, sus chispazos iniciales desaparecen pronto con el viento de las realidades y solo dejan desolación y arrepentimiento. En esta Semana Mayor creo que es la ocasión propicia para recapacitar, reflexionar, reorientar y dirigirnos sin duda alguna por el camino trazado por el Salvador. En un mundo a punto de naufragar, el regreso a las enseñanzas de Jesús, convertido por su sacrificio en la Cruz en el protector del mundo, será el mejor anuncio en la reconquista de los grandes valores de la humanidad. Aprovechemos estos días y oremos a profundidad, con sinceridad y humildad, teniendo la seguridad de que Dios escuchará nuestras oraciones y bendecirá las peticiones de nuestro corazón. Creamos con toda la fe en Jesucristo, nuestro eterno Salvador.

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