Por Hugo Cosme Vargas – hacv@unicauca.edu.co
Don Miguel de Cervantes Saavedra describió hace 420 años la aventura que don Quijote sostuvo con el cabrero Eugenio, en algún lugar de la Mancha. Bastó que este expresara que “este gentil hombre debe de tener vacíos los aposentos de la cabeza”, para que se produjera una fenomenal gresca donde Alonso Quijano estaba llevando la peor parte, hasta que el son de una trompeta triste se escuchó a lo lejos. No sólo cesó la muenda a don Quijote, sino que ella develó una procesión hacia “una devota ermita que en un recuesto de aquel valle había”. Y en esa magistral descripción de Cervantes van apareciendo en el escenario sus actores: el paso de la Virgen María, con su rostro tapado, sus cargueros que se van “abriendo las carnes”, los “cuatro clérigos que cantaban las letanías”, la “horquilla o bastón con que sustentaba las andas en tanto que descansaba”, y “alzados los capirotes, empuñando las disciplinas, y los clérigos los ciriales”, “la procesión volvió a ordenarse y a proseguir su camino”.
No fue entonces extraño que los conquistadores españoles introdujeran en América la costumbre católica de sus procesiones. Y en 1556, dice la historia, se realizó en Popayán la primera, y desde entonces loa payaneses quisimos conservarlas e imprimirles un estilo propio, que después de 468 años seguimos mostrando con orgullo ante el mundo católico.
Los pasos de nuestras procesiones representan las vivencias que Jesús de Nazareth padeció durante sus últimos dos días de vida, enriquecidos en pasajes, enseñanzas, dolores y esperanzas, y claramente son los actores principales de la tradición. Cada uno trasmite un mensaje a quien lo contempla, y por ello un paso debe cuidarse y respetarse. Es lo que nos han enseñado nuestros antecesores.
La Junta Permanente Pro-Semana Santa ha querido este año, generosamente, distinguir el esfuerzo que nuestra familia ha hecho durante 75 años continuos para mantener en la procesión del martes santo, el paso de La Negación, representando uno de los momentos más hermosos de la pasión de Jesús, cuando se funde el temor humano y el perdón divino, bajo el sonido del cantar de un gallo. Agradecimiento perenne para sus miembros.
Debemos entonces hoy recordar con cariño a nuestro papá Alberto, quien recibió de las manos del padre Mario Velasco, en 1949, esta honrosa sindicatura de un paso que también cargó durante 56 años; a nuestra mamá Emelina, aun con vida, por saber vestir a san Pedro con su complicado atuendo y engalanar sus andas con hermosas azucenas; a nuestro abuelo Salvador, por haber fabricado con sus manos de artesano el baúl donde aún guardamos los paramentos del paso; al tío Saulo, por haberlo llevado en sus hombros por 50 años; a mis hermanos Galo y Humberto, por haberlo cargado y ayudado a cuidar; al sobrino Pipe, por amarlo tanto a pesar de la lesión lumbar que un día le produjo; a mi esposa Nilmer, por haber entendido la tradición que vivimos en familia; a Imelda, Lesly e Isabella, por su esmero para que Jesús y Pedro luzcan cada año bien vestidos; y a mi hijo Hugo Alejandro, quien este año inicia su carguío en La Negación, para que pueda continuar el legado familiar.
Inmensa gratitud para todos los sacerdotes párrocos de San Agustín, por habernos confiado durante tantos años esta inmensa responsabilidad; gracias, cargueros del paso por tantos sacrificios en sus hombros, y a la querida Paloma, directora del Nuevo Liberal, por brindarnos estas páginas.
