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Amerika kuentos – Siempre Libres

Manolo Gómez Mosquera

José Julián Martí, el reo 113, picaba piedra en “la criolla” una las canteras de San Lázaro, cuando la llaga en el tobillo derecho comenzó a sangrar y tuvo que parar para descansar del grillete. A sus dieciséis años, el jovenzuelo José Julián ya completaba su primer mes por delito de infidencia en el presidio real departamental de la Habana, mientras afuera, sus desesperados padres, esperaban a los comandantes y coroneles para que soltaran a su hijo en aquel mayo de 1870. Con su cadena de tres largos eslabones a la cintura, el 113 como pudo caminó a su celda conteniendo las lágrimas hasta lograr descansar en su colchón y caer rendido de dolor, al momento en que, por fuera de su celda, el sonido aterrador de los palazos en la piel de los convictos, más las blasfemias de los guardias y el tintineo de cadenas, daban al ambiente la silenciosa resistencia de los callados presos. Así fue como José Julián fue apagando los tímpanos y los parpados hasta lograr olvidar “la Criolla” para descubrir, lentamente, que su enjaulado ser ahora navegaba por tranquilos canales. De esta manera se vislumbró avanzando en canoa sobre un gigante lago donde cientos de cadáveres flotaban purpuras. Las teñidas aguas rojas de rectos canales le fueron mostrando la hecatombe del lugar a medida que detallaba dardos miles por los suelos, junto a flechas y lanzas cientos derramadas en un inmenso duelo. Mil trescientos soldados españoles habían dejado su huella en aquel lugar contra ciento cincuenta mil guerreros quienes habían defendido por tres meses aquella ciudad de ensueño. Por las aguadas calles, navegaba, asombrado, mirando a los costados esos tirados cadáveres infestados de viruela. Pero, ¿qué es esto? Se cuestionaba en si el jovenzuelo José Julián Martí mientras observaba caballos armaduras, pirámides escuelas, incendiadas con sus muertos. Fue así como la canoa avanzó buscando las setenta y nueve ruinas indias destruidas hasta lograr llegar al templo mayor con sus calaveras sonriendo. Entonces apareció el corazón del sueño, porque tirado allí, con su collar de plumas, rodeado de rocas y piedras, se encontraba Moctezuma. José Julián lo creyó aún vivo y así saltó de su canoa para darle auxilio, lo volteo con sumo cuidado para preguntarle el origen de este infierno, pero el gran emperador señor del sol y las estrellas solo musitó: “Siempre libres” y se desvaneció al ser tocado por el reo. En seguida cierta voz gruesa ordenó levantarse en el instante: ¡JOSE JULIAN MARTI PEREZ! Gritó para regresarlo de aquellos anillos dantescos. El jovenzuelo despertó asustado, aun temblando de dolor, con el corazón pesado por el sueño. ¡LEVANTATE QUE TU PADRE TE BUSCA! Gritó la voz marcial y así entró a la celda don Mariano con las almohadillas enviadas por su madre. Vamos a sacarte, le dijo mientras lloraba abrazado a sus piernas. Así fue como José Julián Martí a sus dieciséis años, recordó al moribundo emperador solar Mexica, luego miró a su progenitor, le consoló, tomo su mano y la llevó a su corazón tratando de calmarlo:

Dile a mamá, que siempre seremos libres.”

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