Juanita: La heroína bolivarense
Por: Rafael Garcés Robles
Nuestro reconocimiento a las valerosas, talentosas y hermosas mujeres bolivarenses.
Aún después de muchos, muchos meses, las calles polvorientas del pueblo continuaban desiertas de hombres, sólo se veían a algunos escolinos jugar en el parque frente a la iglesia porque el único profesor, también había partido a la guerra más sangrienta del siglo XIX en Colombia. Todos los varones conservadores se enrolaron en las filas que iban a guerrear; así mismo, los restantes y pocos liberales, también acudieron al llamado del fanatismo partidista que había ocasionado a lo largo de la centuria: nueve guerras civiles y cientos de miles de muertos.
Las mujeres conservadoras alentaban a sus hombres y bendecían con velas dadas por el cura los machetes, los garrotes y los fusiles Grass, Nanntincher y Remington. Los escasos soldados liberales salieron del pueblo casi a escondidas con machetes, garrotes y herramientas del agro para enfrentar a los godos Nacionalistas de Rafael Núñez y de Miguel Antonio Caro.
Fue así, como en medio de la ignorancia política de los dos bandos, se llegó a la confrontación, unos por defender al trapo azul y otros al trapo rojo, entre un ejército Nacionalista (léase conservador) y unas guerrillas liberales desorganizadas y anárquicas.
Como en todas las guerras civiles, los jefes políticos querían sembrarse en el poder y los oponentes por usurparlo, y así, desatan los odios entre el pueblo ignorante; mientras, los soldados que eran artesanos, campesinos, indígenas, fanáticos religiosos y partidistas al volver a sus hogares encontraban más pobreza, desolación, desarraigo y la pérdida de su tierra que había sido su única riqueza y fuente de trabajo. Excepto los jefes políticos, nadie ganaba en las guerras, pero el fanatismo político y religioso estaba más arraigado en el pueblo que la sensatez, sin importar sus consecuencias.
Entre tanto, el pueblo huérfano de amorosos maridos, de novios románticos y cariñosos padres seguía al amparo de las hacendosas y valientes mujeres. En el correr de las nuevas noticias por esos caminos manchados con sangre de hermanos, llegó la vaga noticia, que la región podría ser tomada a la fuerza por hombres maleantes muy bien armados, aprovechando la presencia única de mujeres y niños indefensos.
Las mujeres atemorizadas confiadas en la fe de sus oraciones, se reunían para trazar estrategias: lugares de refugio, vías de escape, acumulación de alimentos, armarse de palos para protegerse, y rezar y rezar a la espera de un milagro. Los nervios, los temores y la desesperación se fueron apoderando de las damas con el trascurrir de los días, de los meses; la invasión inminente podría ser: ahora, más tarde, en la noche, mañana, el domingo próximo… muchas madres con sus niños se escaparon a los bosques de los cerros vecinos para construir sus cambuches y escapar de los maleantes, pero prontamente volvían al pueblo al escuchar rumores, que, los objetivos de los forajidos eran: la invasión de tierras y el secuestro de mujeres, tal como en la mitología los fundadores de Roma raptaron a las sabinas.
Sin embargo, del pavor y del miedo surgió una mujer de armas tomar, Juanita, Juanita Villarreal: joven hermosa, equilibrada, serena, pausada al hablar y de planteamientos sensatos e inteligentes, pero contundente a la hora de tomar decisiones. Hija de padre luchador de varias guerras civiles, aprendió tácticas de ataque y de defensa que implementó en lo que podríamos llamar: el “Primer Ejército Femenino de Colombia”. Las damas del “pueblo huérfano de varones”, se transformaron en las soldados diestras en el manejo del fúsil, del machete y de la lucha cuerpo a cuerpo capaces de reducir a un hombre con atrevidos golpes al mentón o con patadas a los testículos o con manotazos al oído. Este ejército organizado con la tozudez de Juanita tocando puertas, brindando palabras de aliento y de poder, hasta convencer a las féminas de su fuerza y de su valor para equipararse y superar a los hombres en todas las acciones de la vida para enfrentar a los más inverosímiles momentos que se les presentare. Durante las noches, empezaron a hacer rondas de vigilancia por el pueblo y en sitios estratégicos por los alrededores del mismo. Las soldados empezaron a llamar a Juanita: mi generala, pero se popularizó con el remoquete de Juana de Arco: la legendaria heroína francesa que luchó contra los ingleses. Del pánico y de la soledad se pasó al valor y a la audacia y a la convivencia. Juanita se convirtió en la líder indiscutible y la región quedó bajo su mando militar.
“El pueblo huérfano de machos”, es ahora una fortaleza inexpugnable, varias bandas de forajidos pretendiendo abusar del “sexo débil y abandonado”, salieron garroteados, maltrechos y en estampida al caer en las ponzoñosas y lacerantes tácticas de lucha de las amazonas sureñas. Pero la confianza y seguridad que el pueblo se había tomado, pareció tambalear ante la información de un anciano labriego, quien afirmó: – Por los lados de la vereda La Cueva vi acampar a un grupo aproximado de cuarenta hombres desconocidos, con una recua de doce mulas cargadas de cosas que no sé, qué eran. –
La generala Juanita de inmediato reunió a sus guerreras para plantear las estrategias de batalla que el momento requería ante un inminente ataque. Juanita y sus combatientes, determinaron no esperar al invasor, al contrario, marcharon a su encuentro llenas de pundonor y coraje.
Ellas tomaron el Camino Real del sur y se pertrecharon en el puente de la Victoria, sobre la quebrada el Pepinal. Se dividieron: unas al lado oriental del puente y las otras al lado occidental. Allí se camuflaron para esperar al enemigo con la más sorpresiva de las tácticas de ataque. Pasados dos días de paciente espera, vieron bajar sin prisa por los desfiladeros de la montaña, al confiado enemigo. En estado de alerta, repasaron musitando cada detalle de lucha y de defensa, estaban prestas y decididas a enfrentarse a su gran reto, a su primera gran batalla.
En el momento en que, los usurpadores ocuparon la estrechez del puente para cruzarlo, retumbó como un cañón el grito de guerra: – ¡Al ataque! – – ¡Al ataque mis guerreras! –
Las soldados saltaron de sus escondrijos como tigrillas enfurecidas, y con rápidos y sincronizados movimientos, cada grupo de cuatro mujeres se apoderó de un invasor hasta envolverlo con sus cuerpos y reducir así, a la cuadrilla en su totalidad. En una corta hora, los sorprendidos hombres estaban amarrados, sus armas decomizadas, sus utensilios y alimentos incautados, y el llamado jefe, permanecía rodeado por mujeres que con sendos machetes amenazaban su yugular y sus partes nobles. La generala Juanita lo interrogó: dijo llamarse Benigno y pertenecer a un grupo de desplazados y desposeídos de sus tierras por los ejércitos en la contienda del sur. Reconoció que su propósito era apoderarse de tierras en la Provincia de Caldas, por su riqueza del oro, aprovechando los escasos hombres que pudieran hacerles resistencia.
Una vez escuchados, en una breve asamblea las soldados tomaron la decisión de perdonarles la vida como esposas y madres de corazón noble, pero eso sí, con seguridad, con decisión y fortaleza los encaminaron por varias horas en fila y tirados de cabestro hacia las tierras paramunas del Valle de las Papas y hacía las vastas selvas de la Bota Caucana.
Esa noche las campanas cantaron victoria y las guerreras reconocieron a Juanita Villarreal como la verdadera generala y heroína del pueblo, lejos, muy lejos de aquellos hombres partidistas, fanáticos y falsos generales que, opacaron la valentía y el pundonor de Juanita, vanagloriando sus nombres con sus pechos repletos de medallas ordinarias y espadas asesinas al cinto, otorgadas por los guerreristas Núñez y Caro.
Juana de Arco fue la heroína francesa de la Guerra de los Ciento dieciséis Años, y Juanita Villareal fue la heroína bolivarense de la Guerra de los Mil ciento treinta Días. Su nombre y su gloria se olvidaron, quizá porque la defensa del pueblo no tuvo víctimas ni fanatismo partidista ni fervor religioso ni fue un hombre su adalid. El pueblo recuerda a Juanita en una tumba cuidada por seres invisibles, que, aunque desconocen su historia, sus luchas y su arrojo como heroína, admiran su bello obelisco y una lápida en mármol que reza:
“Juanita Villarreal V. de Ordóñez.
26 de noviembre de 1.924”
