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Esperanza, espera, esperanza

Por Alejandro Mina Zapata

La caja de Pandora es un antiguo mito de origen griego, mencionado en diferentes textos como la Ilíada de Homero, o Los trabajos y los días de Hesíodo. Lo protagoniza la primera mujer en existir (según la mitología griega) Pandora, que es responsable de liberar por error todos los males de la humanidad encerrados en un recipiente de barro. Dicho recipiente, debido a un error de traducción del vocablo pithos del griego antiguo, ha pasado a conocerse como una “caja”, cuando en realidad se trataba de una jarra o tinaja para líquidos. Cuenta el mito la curiosidad de Pandora pudo más y que le robó las llaves a su esposo para ver el interior de la tinaja, de la que, una vez abierta, escaparon de ella todas las desgracias y males que podían afectar al hombre, y se extendieron por el mundo: enfermedades, sufrimiento, guerras, hambre, envidia, ira, etc. Rápidamente trató de cerrar la jarra, pero pudo ver que en el fondo yacía la esperanza, la única que no había escapado.

Esta historia muestra diferentes temas, pero pone de manifiesto la manera en que ciertas culturas veían la esperanza y cómo su verdadero carácter puede desdibujarse hoy en día. Para los griegos la esperanza no era un regalo, más bien era otra desgracia, ya que esperar es estar siempre en falta de algo, es carecer, es desear lo que no se tiene, es estar insatisfecho. A la luz de esto resulta curioso que las casas de préstamos o los conferencistas motivacionales asocien la esperanza con el dinero, incluso representándola con el color verde que tanto se asemeja a los dólares y ligándose a la visión de que el dinero puede solucionar todos los males que aquejan a los humanos.

En una columna, Álvaro Morales menciona que según Schopenhauer (2005), el ser humano está conectado con el infinito, con la mecánica universal del cosmos. Pero que por su constitución sólo puede presentir el todo a través de un inagotable sentimiento de in-completitud. El hombre se conecta con el todo a través de su sentimiento de insatisfacción, la persistente carencia de cualquier cosa. De modo que los hombres, a pesar de lo que podamos pensar al respecto, siempre manejaremos la esperanza como una parte de la solución a nuestra insatisfacción. Siempre que deseemos algo y que nos convenzamos que conseguirlo nos dará aunque sea una satisfacción momentánea pero valiosa, allí estará la esperanza para desactivar cualquier posibilidad de acción. Nuestra forma de percibir el tiempo, que nos lleva invariablemente hacia adelante, y la insatisfacción constante y persistente que nos caracteriza y que nos conecta con el todo, nos hace presas fáciles de entrar en un estado anímico donde la esperanza parece lo último, una solitaria roca en un mar embravecido. La esperanza parece útil cuando nos sentimos insatisfechos, o sea todo el tiempo.

Muchas veces la esperanza se convierte en nuestra excusa de actuar, de no hacer aquello que debemos. Muchas veces la esperanza de que todo mejore es lo que necesitamos para sentarnos a… esperar y no hacer nada más. ¿Es bueno tener esperanza? Depende. Si forma parte de un modo de hacer las cosas, como parte de un ritual que impone la costumbre, puede ser buena. Si es un sustituto resignado de un esquema reducido de relacionamiento con lo real, que anula la acción, es malo.

Muchas veces los problemas de las personas están relacionados con una reducida visión del mundo y de la realidad, tan reducida que carece de soluciones y de herramientas. No es que las personas no tengan “salida”, opciones de las que elegir, es que su forma de relacionarse con el mundo limita la posibilidad de opciones (Grinder, 1998).

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