Por: Javier Orlando Muñoz Bastidas.
Para Álex Andrés López Guevara.
El logro más importante del psicoanálisis freudiano, fue el descubrimiento de la vida psíquica inconsciente del individuo. A diferencia de la tradición filosófica occidental, que definía al individuo desde la afirmación de la conciencia, la razón y el logos, el psicoanálisis de Freud evidenció que los anteriores son solo una expresión de algo más profundo y dinámico que es el inconsciente. Pero Freud tuvo, al menos, dos errores: que un nivel del inconsciente es lo reprimido, y que un nivel fundamental del inconsciente se lo debe “sublimar” en formas socialmente aceptables.
Lo anterior lo podemos afirmar desde los desarrollos posteriores del psicoanálisis, en especial desde los replanteamientos transgresores de Lacan y Guattari. El primero afirmó que el inconsciente es una estructura significante, y el segundo que el inconsciente es fundamentalmente “rebelde”, es decir: que no se puede reprimir, ni sublimar.
El inconsciente no es una pulsión amorfa, que se expresa en la fuerza de un deseo carente que busca satisfacción. El inconsciente es, por el contrario, una estructura significante, desde la que se expresa el deseo como sentido. El deseo es la expresión de un sentido. Lo que el individuo desea, no es la expresión de una fuerza (que se la asume desde un innatismo naturalista) sino la creación de un sentido. El problema está en que el individuo no tiene control y consciencia, del proceso de creación de su propia estructura de sentido deseante.
Ese es el sentido de “inconsciente”: aquello que escapa al control creador del individuo, pero que lo determina existencialmente.
Lo que Lacan plantea como terapéutica existencial, es la reconstrucción de la estructura significante del inconsciente, a partir de la manifestación de los “síntomas”. ¿Cuál sería el objetivo de esa reconstrucción? La transformación y creación de la estructura integral del inconsciente mismo. Esto es fundamental, porque no se trata de sublimar lo reprimido, sino de una “transvaloración” de la concepción misma de represión. La sanación del individuo sólo es posible desde la comprensión de su estructura deseante, y desde la transformación integral de la misma. No se puede sanar lo que no se comprende.
Es desde esta perspectiva lacaniana, que Guattari va más allá y plantea que el inconsciente es fundamentalmente rebelde. ¿Qué es lo rebelde? Es aquello que es imposible controlar represivamente. De hecho, si algo se quiere reprimir es porque (inmanentemente) se asume que es irreprimible.
Pero lo que le interesa a Guattari, es el ejercicio de represión político que se ha realizado, y aún se realiza, al inconsciente del individuo, desde el agenciamiento e imposición de formas “capitalistas” del deseo. El capitalismo (o hiper-capitalismo como plantea Lipovetsky) se fundamenta en la implementación de formas muy concretas del deseo, que el individuo asume como propias. La paradoja es la siguiente: el capitalismo reprime al individuo, imponiéndole formas concretas de desear.
La rebeldía consiste, para Guattari, en un proceso continuo y vital de creación del sistema integral del deseo del individuo. Para Guattari el inconsciente no es una estructura, sino un sistema. ¿Cuál es la diferencia? Una estructura es cerrada y jerárquica. Un sistema es abierto, múltiple y deviniente. El inconsciente es un “rizoma”: un sistema significante infinito y auto-renovable.
He ahí la rebeldía: que aquello que se denomina como “el individuo”, es en realidad una posibilidad continua de creación de sentido. No se trata de una sublimación adaptativa o innovadora, sino de la transgresión total de los deseos y proyectos de vida que se imponen desde una dinámica económica y societal determinada. El rebelde es el que asume el riesgo existencial de destruirse a sí mismo, para la creación de sí en formas nuevas y mejores.
La rebeldía es el anhelo consciente de crear una “altísima existencia”.
¡Gracias!
