martes, julio 2, 2024
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Incoherentes

Por Silvio E. Avendaño C 

Y, cuando el ilustre profesor disertaba sobre la barbarie de mirar desde el prisma de la objetividad la subjetividad, desde el fondo del auditorio se escuchó una voz:

-Piensa como hombre y actúa como rata. Porque, ¿cómo es posible que, por un desajuste de mío, me lleve a una clínica psiquiátrica? –

El joven al terminar los estudios de secundaria presentó el examen de admisión y no consiguió el cupo deseado en la U. Pero el desconcierto quedó a un lado, dado que dos semanas más tarde, se publicó la ampliación de cupos. En la institución se sintió aislado, sin el aura de ser el mejor estudiante. Vino lo peor al acogerse a un auxilio monetario que no pudo pagar. Además, engañaba a la familia al afirmar que estudiaba. En la universidad asistía a los conciertos, frecuentaba las cafeterías, solía ir a las exposiciones artísticas, participaba en conferencias, frecuentaba las bibliotecas, concurría a manifestaciones. Fingía ser universitario y, la precariedad de la familia pocos recursos le aportaba.

El profesor en las clases planteaba como la ciencia moderna había olvidado el mundo de la vida. La crisis personal lo consumía al posar como estudiante. Vivía en un callejón sin salida. Al enterarse del engaño el padre lo arrojó de la casa familiar. En los primeros días del destierro se refugió en las residencias universitarias, luego en el apartamento de unos amigos, en la casa de la novia, durmió en el aeropuerto y el terminal de transporte. Vagó por el centro de la ciudad y en la noche cuando el sueño lo vencía, dormía en las bancas de un parque.

 Escribió un ensayo sobre el positivismo que sorprendió al profesor. Partía el escrito del estadio teológico, el cual se respiraba en el ambiente erigido en Dios y Patria; en cuanto al período metafísico indagaba por argumentos racionales. Criticaba el estadio positivo porque reducía las humanidades al conocimiento objetivo.

Dos rasgos lo distinguían: lucidez y desarreglo personal. Estudiaba los textos filosóficos, tomaba notas. Analizaba, discutía, criticaba, aportaba al tema. Los planteamientos que, reducen las ciencias humanas a la objetividad eran refutados con claridad y lucidez. La subjetividad no se podía reducir a datos observables de comportamiento. Con el paso de los días le crecía el cabello y la barba. La chaqueta, camisa, pantalones dejaban mucho que desear, las medias rotas, lo mismo que el calzado. Olía mal.  Pero para el profesor era un personaje brillante, al finalizar las clases caminaban juntos a la cafetería en torno a los conceptos de causalidad y libertad, la barbarie al reducir a la objetividad el mundo de la vida, la subjetividad…

 Y un día el profesor lo invitó a almorzar en el apartamento y, allí él se dirigió al baño y abrió el grifo y se duchó con ropa. No sabiendo que hacer, el maestro lo llevó a una clínica psiquiátrica. Había que volverlo a la normalidad, pues su comportamiento era extraño.

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