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La ‘fiesta de los negritos’ en Popayán

La fiesta de los negritos en Popayán, surge esta celebración a mediados del siglo XIX con la libertad de los esclavos y como símbolo o un rito de nivelación social. Los viejos esclavos negros pintaban un “lunarcito” a sus examos.

Redactado por Paloma Muñoz-directora del Diario El Nuevo Liberal

La Fiesta de los negritos se celebraba el 5 de enero y en las calles de Popayán, la atmósfera vibraba con un aire de emancipación y alegría. La Fiesta de los Negritos, arraigada en la historia de la ciudad, cobraba fuerza, convirtiéndose en un símbolo vibrante de la libertad recién adquirida por los esclavos.

La ‘fiesta de los negritos’ en Popayán

A mediados del siglo XIX, la celebración ganó prominencia, coincidiendo con un momento trascendental como fue la abolición de la esclavitud. La Ley del 21 de mayo de 1851, promulgada durante el gobierno de José Hilario López, marcó un hecho en la historia de Popayán y del país. Los antiguos siervos o esclavos negros, ahora libres, se involucraron en la tradición de la Fiesta de los Negritos como un rito de nivelación social.

Con la liberación, los viejos siervos encontraron una forma de expresar su emancipación pintando un “lunarcito” a sus examos. Este gesto, respaldado por la celebración del Día de los Reyes o Epifanía, se volvió simbólico. En la festividad cristiana, uno de los tres reyes era representado como negro, subrayando la universalidad del mensaje cristiano y brindando un trasfondo significativo a la Fiesta de los Negritos.

La ‘fiesta de los negritos’ en Popayán

La conexión entre la abolición de la esclavitud y la celebración de la Epifanía ofrecía una justificación poderosa y simbólica para la continuidad de esta festividad. La Fiesta de los Negritos no solo se volvía una expresión de júbilo por la libertad recién adquirida, sino también un testimonio de la riqueza cultural y la diversidad que enriquecían la ciudad.

“El 5 de enero, a la hora de la nona, como dirían los antiguos romanos, se daba principio a los preparativos para divertirse (…)  se encendían luminarias en la ciudad, invadida por mojigangas ridículas, tiznadas las caras, por lo cual se les llamaba lo ‘negritos’. El hecho de tomar parte activa en la diversión era como patente de corso para ejecutar locuras y liviandades. No se concibe que un pueblo tan inteligente y espiritual como es el de la patria de Caldas, de Camilo Torres y de tantos hombres ilustres, se entregara a las licencias de que se hacia alarde en aquella saturnal. Algunos, disfrazados, a caballo, llevaban en ancas una chica muy guapa (…) libando en las tiendas en donde se expendían licores vertiendo frases picantes (Cordovez 1962: 836 en: Carlos Miñana 1997: 31)

Al remontarnos en el tiempo, descubrimos los orígenes nocturnos de la Fiesta de los Negritos en Popayán. Inicialmente, esta celebración se desenvolvió bajo el manto de la oscuridad, quizás para protegerse de los desmanes que podrían ocurrir durante la noche. Sin embargo, como respuesta a las posibles complicaciones surgidas en la penumbra, a finales del siglo XIX, la festividad transitó hacia la luz del día.

La transformación no alteró la esencia festiva. La Fiesta de los Negritos continuó siendo un derroche de alegría, con disfraces que desfilaban tanto a pie como a caballo, acompañados por el estruendo festivo de cohetes, la cadencia de la música y la presencia de licores que añadían un toque de exuberancia a la celebración.

Uno de los elementos más distintivos era la solicitud de un toro de verdad, conocido como “vacaloca”. Este intrépido animal se veía adornado con cohetones y antorchas amarrados a sus cuernos. La Plaza de Caldas se convertía en un escenario improvisado, cercado para la ocasión, donde los señores de la clase alta arrojaban confites y monedas, para que los valientes muchachos saltaran al ruedo, desafiando al toro para recoger estos preciados obsequios.

Por las calles, grupos de disfrazados recorrían la ciudad, inyectando un aire de misterio y diversión. Su travesía los llevaba a penetrar las casas de las familias locales, donde, una vez reconocidos, la música resonaba y el baile se convertía en la piedra angular de la celebración.

Así, la Fiesta de los Negritos en Popayán, con su evolución desde las sombras de la noche hasta la luminosidad del día, se afianzó como un testimonio de tradición y adaptabilidad. La mezcla de elementos festivos, musicales y la participación comunitaria seguían siendo el alma de esta celebración única.

Recorrer las calles de Popayán en el pasado no solo implicaba transitar entre la historia, sino también vincularse en festividades que irradiaban alegría y camaradería. Entre las costumbres que dejaban huella, destacaba la práctica de llevar cajas de betún o carbón molido, cuidadosamente preparado para la ocasión.

Las travesuras consistían en tiznar a cuantas personas se cruzaran en el camino o, en un acto más audaz, irrumpir en las casas con el único propósito de esparcir el oscuro pigmento sobre los rostros de la gente. Sin embargo, la peculiaridad de Popayán radicaba en la caballerosidad y la “educación” que acompañaban estos actos lúdicos en una ciudad que ostentaba una tradición aristocrática.

Hasta los años 1950, cuando la ciudad se veía envuelta en la algarabía de esta festividad, los caballeros mantenían un toque de cortesía incluso en medio de las travesuras. Antes de proceder a pintar a una dama, solicitaban con gentileza el permiso necesario. Si la respuesta era afirmativa, el acto se realizaba con elegancia, limitándose a una raya o a un pequeño lunar.

La aristocracia terminaba la fiesta. como cierre perfecto, se reunía para un elegante baile en el Club Campestre o el Club Popayán como escenarios de esta última parte de la fiesta, donde las risas y los trazos de tinta se transformaban en giros gráciles sobre la pista de baile. Así, la aristocracia de Popayán cerraba la jornada festiva de la misma manera con la que la habían inaugurado.

La fiesta de los negritos fue ganando poco a poco popularidad y entusiasmo hasta el punto tal que a comienzos del siglo XX se trasladó la fiesta al 7 de enero para que la Fiesta de Reyes no cogiera a toda la población “enguayabada” o trasnochada. Fue tal el éxito, que poblaciones vecinas pronto la incorporaron a su calendario, incluso superaron a Popayán, como es el caso de Pasto (Nariño) y Bolívar (Cauca).  

En los años 40 y probablemente con la desaparición de la fiesta de Reyes o de Epifanía. desaparece en Popayán, la Fiesta de los negritos.

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