domingo, junio 30, 2024
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La fiesta del Padre…

Por JESÚS ASTAÍZA MOSQUERA.

De sólo nombrarla me da como tembladera. No sé por qué, pero me suda desde el bolsillo hasta la tarjeta de crédito, pues la FIESTA DEL PADRE, es el mejor invento comercial para gastarse la prima y así todos los papás desde los “ajuntaos” hasta los “desarrejuntaos” nos sintamos verdaderamente premiados.

Sin embargo las barbas no son como las pintan, ni menos el pelo. Ahora tenemos corona pero de la calvicie. Qué bellos tiempos, cuando el padre, como el león de la selva, era el rey. Apenas gruñía, miraba de lado o fruncía la ceja con carraspeada incorporada había que servirle o pagar escondedero. Las culpables de este machismo desaforado eran nuestras adorables madres, pues desde “pigüitas” nos fueron endiosando, no endosando, diciéndole al combo familiar: él es el hombre de la casa, -todavía se designaba así-, y por lo tanto los oficios caseros, incluyendo la cocina, tienen que hacerlos las mujercitas, primero porque “los hombres en la cocina saben a cerosa de gallina” y segundo porque a la hora se le truecan los cables y queda: “polivalente”.

Continuaban las madres sus famosas reconvenciones: no se olviden de lavarle y plancharle su ropa, almidonarle las camisas, tenderle la cama y nunca dejar que se ponga delantal. Por si acaso, a su papá, le dejan los pantalones en su sitio, pues quien lo esculca soy yo.

Tan pronto llegue a la casa, sírvanlo como debe ser, pues es el “mandacallar” como Uribe: mano firme y corazón grande. Atragántenlo con “aplanchaos”, maní o nueces para tenerlo ocupadito y contento y si quiere dormir déjenlo roncar por aquello de que si lo hacen los congresistas, él también está facultado según el derecho a la igualdad. Al levantarse, téngale las chancletas acomodadas, porque de lo contrario nos manda “p’al diantres”, en plata blanca: “p’al carajo”.

Sin embargo, como lo bueno no dura, tan bella costumbre nos quitó el reinado. Ahora nos cargaron las obligaciones del hogar, que aunque repartidas nos fregaron, pues no pagan por los servicios ni el descanso remunerado. Ya en casa no se puede “ni preguntá” como decía el negrito Lucumí, por cuanto es otra la realidad. Nos tratan, nos miran, nos hablan, igualitico, sin diferencia alguna. El mando es dividido, según las circunstancias, de modo y lugar. Ellas ahora tienen la voz sonante y tocante para elegir y ser elegidas, buena para ellas y regularcita para nosotros pues nos toca soportar las reuniones políticas a las que son invitadas, los nuevos cargos gubernamentales o privados, y los cumpleaños a los que les toca asistir. “Chupe pa’que lleve”, me dijo doña Ramona. Este desquite va para largo.

Ya en la casa el hombre no manda ni de fundas. Lo bajaron de escalafón a mandadero, y si tiene moto o carro, de chofer. Desde la muchacha del servicio hasta la señora de la casa no hacen más que ordenar: recoja su ropita y guárdela en el armario, que está grandecito. Caliente la comida, que para eso Diosito en su misericordia, le dio manos. No deje los libros ni la prensa tirada por ahí. Lave y seque los platos que vamos a ver la telenovela. Recuerde sacar a “Peluchine”, el perrito, a orinar al parque. ¡Cuídese de que no lo chorrié!

Y no se olvide de pagar la luz, ¡ojo! que si la cortan le toca pagar la reconexión que está por las nubes y no queda para pagar la secre… -y voltea a mirar picaronamente- a la empleada doméstica, y la cuota del carro, y el vestido que fiamos y la plata para la galería y entonces uno se convierte en un humilde aguantador con un poquito de Judas y alma de fariseo, pues le toca reír, por aquello que sostenía un amigo: que es mejor sacrificar la razón para mantener la armonía y evitar un corte familiar de servicios. Le matan la valentía, la escapadera por ratos y las reuniones de trabajo en el Sotareño. Empieza a vivir con el aburrimiento o la “jartera” de un perro sin pulgas, que no sabe si menear la cola o pelar los dientes.

Allí es donde usted comienza a andar con el rabo entre las piernas. Latir sentado, soltar lagrimones de caballo viejo y relinchar en casa, pues no vaya ser cosa que le den un coscorrón “vargaslleresco” o lo pongan a dormir en el sofá con semejante frío…

La situación es tan complicada que con el tiempo uno no sabe ni cómo se llama. Obviamente empieza a perder la identidad. Díganme si no. No más es que usted se apresta a salir y la mujercita, -que Dios la mantenga “muchisísimos” años-, comienza a desgañitarse desde la puerta: Gordis…no te olvides del jabón; Gordis…café; Gordis…leche; Gordis…el papel higiénico y es tanta la repetidera que usted con sólo escuchar la primer orden empieza a contestar en chorrera y casi inconscientemente: ¡sí! mija… palabra de la cual no se va a desprender jamás de sus labios, para evitar que lo desprendan a usted. Al borrarle el “cidí”, uno empieza a dudar cómo se llama: jabón, café, leche, papel higiénico, -lo que faltaba-. pues prácticamente olvidó su apellido, pues su nombre ya está: Gordis, y su apellido queda como convertido en jabón, leche, aceite y pare de contar, borrando de un tirón el que tuvieron a bien dejarle por herencia sus beneméritos padres. Y el mundo sigue igual.

En el comportamiento se ha vuelto tan “buey” manso que cuando los hijos van a pedirle permiso, lo primero que responde es: y su mamá qué dijo. Si va a comprar ropa, se viste con el gusto de ella; come lo que a ella le agrada y usted tiene derecho al control de la televisión cuando ella duerme telenovela. De las notas musicales del solfeo sólo aprendió a decir sí y allí se quedó.

Un amigo de la banca parquesiana, no bancaria, comentaba que en la anterior fiesta del padre le dieron una tarjetica con el feliz día, cuando esperaba alguito más. Los hombres también tenemos nuestros antojos. La mujer se quedó mirándolo y le dijo: que más quiere, si usted llega con los bolsillos vacíos.

Pero, no todo es malo en la viña del señor. Las damas y los hijos han ido aprendiendo a manejar la situación. Ese día no falta el desayuno a la cama sin retacadas. En el almuerzo sancochito trifásico, con las tres carnes y ají pique para calentarse un poco. Lo dejan ver los partidos de futbol sin atravesarse a la hora del gol y la oportunidad de gritarlo mientras llega el otro mundial. Luego le entregan el regalo y un beso con tapabocas. ¿Será igual?

Sólo me resta decirles, que es mejor celebrar EL DIA DEL PADRE en paz, tocando cacerolazos en la casita, que dando “candanga” por fuera. Mi amigo, el de los martes de tertulia, me comentaba que el año pasado feliz por las atenciones de la familia, le dijo a su esposa: espero durar treinta años más y ella le respondió: ¡y quien crees que te va a cuidar! ¡No seas tan iluso!

De todas maneras: ¡FELIZ DÍA DEL PADRE! y mil gracias por todo.

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