sábado, julio 6, 2024
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Los colados

Mayo, el mes de María, el mes de las madres, el mes de la Santa Cruz, pero para los niños lo más atractivo en este mes, era la realización de las Primeras Comuniones. Además del acto religioso, las niñas y los niños que acababan de cumplir con el tercero de los siete sacramentos, eran llevados hasta la escuela de la “Niña María”, donde se les ofrecía un suculento desayuno.

Esta celebración era una fiesta familiar en la cual también participaban los amigos más cercanos, a quienes se les hacía una invitación con varios días de anticipación. Pasados el acto religioso y el acto social, los niños sacramentados se dirigían a sus viviendas, para atender a los invitados que generalmente llegaban después de la dos de la tarde. Cada familia invitada era portadora de un regalo; ¡Era el momento cumbre del día para el agasajado! A los infantes y a los adultos, se les ofrecía de entrada en un plato de cartón el “refresco”, el cual contenía entre otras golosinas: merengos, roscones, chimbos, galletas blancas, bizcochuelos y panecillos. El refresco era acompañado con café en los hogares humildes, los más pudientes servían chocolate con leche o vino dulce para los mayores.

Pero a estas fiestas nunca faltaban los colados. En otros lugares les llaman “canaleros” o “gotereros” o “gorreros”. Uno de ellos fue don Simón Otaya, llamado por la gente el “señor medalla” porque entraba a la recepción muy discretamente preguntando por el párvulo de la Primera Comunión, le hacía juntar las manos para bendecirlo y luego colgarle al cuello una medallita de la virgen del Fátima. Acto seguido, se sentaba junto a los invitados, esperaba su “refresco” y, simulando comerlo, cada golosina la iba echando al profundo bolsillo de su saco. En casa lo esperaban ansiosos sus nueve hijos. Luego se retiraba con afán, se paraba en la mitad de la calle, miraba para todos los lados, levantaba su mano derecha y con el dedo índice erecto como una manecilla de brújula, parecía ubicar al próximo “refresco”.

Otro “colado” famoso fue don Antón el “Glotón”, él entraba, saludaba y con voz fuerte decía:

-¿Dónde está esa alma que hoy recibió al cuerpo de Cristo? ¡Haber, haber! – Muy efusivo lo abrazaba, lo bendecía y con su propia mano le imponía la señal de la cruz. -¡Estoy aquí en nombre de Dios!- Terminaba diciendo mientras miraba dónde había una silla libre.

El “refresco” ofrecido lo comía con voracidad desmedida, se levantaba y se dirigía hasta la cocina a dejar el plato y alardeando las delicias del “refresco”, llegaba a la mesa del mecato y con suma habilidad tomaba de todas las variedades de golosinas entre dedo y dedo. volvía a su silla y a los cinco minutos volvía a la cocina a despedirse y lamentando su retiro, decía apenado:

-Les prometo que vuelvo a la hora de la comida, tengo otras invitaciones- Insistía, al tiempo que levantaba las tapas para olfatear el caldo que burbujeaba y a las rabadillas, muslos y pechugas que revoleteaban en la olla.

-¡Uy! Casi me olvido, a mi señora le encanta el “refresco”, ¿podría arreglarme un platico? ¡Ojalá bien cargadito! ¡Gracias, muchas gracias! – Y repetía y repetía y se despedía con mucha algarabía, regalando sonrisas y dando bendiciones.

Alfredo “Magistro”, el otro gorrero, en cierta ocasión subía por la calle del teatro con la acostumbrada borrachera dominical hacía su vivienda y, en un descanso de los tantos tumbos que daba de andén a andén, escuchó música de cuerda en el hogar de don Rubén y doña Tulia, su hijo menor estaba de Primera Comunión. El gran “Magistro” sin pensarlo dos veces se dijo así mismo:

– Aquí me tomo el último trago, el de echar pa’rriba a mi casa. Aquí me entro, no son mis grandes amigos, pero conocen a este “sorocho borracho”. –

Y sin preámbulos entró y se sentó en la silla cerca a la puerta que da a la calle, empezó a aplaudir a los músicos, a vitorearlos y por un momento mientras pudo sostenerse en pie, intentó bailar.

El niño de Primera Comunión corrió a la cocina donde su madre y le reportó que un borracho se había metido a la fiesta sin llevar regalo. Sin prestar mucha atención, doña Tulia ordenó a una de sus hijas que le llevaran al colado una taza de caldo para que le pasara la “juma”. En la siguiente ocasión en la cual doña Tulia entró a la sala de los invitados, se encontró con “Magistro”, lo saludó cordialmente y él le correspondió disculpándose:

– Doña Tulia – Le dijo, mientras trataba de ordenar su caprichoso cabello, y continuó:

– Que le parece que yo iba pa’la casa, pasaba por la mitad de la calle y no sé quién diablos me empujó y caí sentao aquí, aquí donde estoy ahora. ¡Me empujaron doña Tulia y no sé quién fue! – Terminó diciendo, al tiempo que miraba hacía la calle para buscar a ese alguien que lo había empujado.

“Magistro” se agachó para tomarse otro sorbo de caldo y en seguida limpió los labios y la cumbamba con la manga de su dominguera camisa blanca.

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