The Plush Ripper

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Por Gustavo Adolfo Constaín Ruales. X@moldergc

Capítulo I_60

New York. Capítulo I.

Alí, de 27 años, pertenecía a la Orden de Caballería de Los Rabitas y había llegado a grado 13 de iniciación, según su propio método. Su familia había sido leal a la Orden durante diez generaciones. Alí tomó un vuelo, separado de sus hermanos, desde el aeropuerto internacional Adolfo Suárez Madrid-Barajas de España hacia el aeropuerto JFK de New York. Ahora era el líder del comando que debía poner fin a cualquier intento de genocidio por parte de los radicales en suelo americano. Él era un mevleví, derviche o giróvago -como quiera decírsele-, y en un estado de éxtasis derivado de la danza-meditación llamada Sama, tuvo visiones de la guerra del fin del mundo: todo empezaba de a poco, siempre había señales, igual que cuando el gran mago oscuro, Hitler, subió al poder y la gente del común no vio el mal inherente en él y en sus políticas nazis. Los caballeros sabían que estos demiurgos siempre han realizado hechizos muy elaborados a lo largo de los siglos para adormecer a toda una nación, pues la gente sufre un estado de adormecimiento tal, que le impide ver que están perdiendo su propia conciencia, juicio y libertad.

Los caballeros que pertenecían a las tres grandes órdenes cristianas, judías y musulmanas fueron entrenados desde niños en toda clase de defensa personal, desde la lucha grecorromana hasta el krav magá, pasando por todas las artes marciales orientales. Su manejo de cualquier tipo de arma era asombroso. Tenían un conocimiento vastísimo en cultura general, esoterismo, magia, criptografía, semiótica, poesía, libros sacros y teología. Hablaban varias lenguas muertas y diversos idiomas modernos. Los miembros de las Ordenes de Caballería podían escoger una vida de celibato o bien, podían casarse; el matrimonio entre personas de diferente religión era común y se les permitía a los niños elegir sus creencias religiosas al alcanzar la mayoría de edad sin imponerles ninguna previamente. Consideraban que así podrían crear un mundo creyente, pero no fanático.

Con tal conocimiento impartido desde el umbral del tiempo, los caballeros aprendieron todas las tácticas de supervivencia y combate. Entrenados para soportar cualquier tipo de tortura física o con el uso de drogas, entraban en estados de trance alejados del dolor. Como la mente no reconocía los golpes, no podían hacer mella en ellos. Cuando eran capturados, algunos habían muerto o habían sido asesinados en intentos de escape, solamente para demostrar su propia valía y coraje. Una de sus máximas rezaba: “no existe prisión hecha por el hombre para detenernos”. Así fue como ocurrió, siglo tras siglo, su lucha propia y solitaria contra El Contrario.

Todo acto de arrojo era ofrecido a Dios. Consideraban que el orgullo, como una cualidad humana, fue otorgado por la divinidad, así como el regocijo profundo de su fe y de ser creyente –“sin necesidad de ver”-, como dijo el Maestro en una de sus sentencias. Si al final solo quedaba un camino, practicaban la Endura – muerte santificada por ayuno- una tradición tomada de los cátaros. El suicidio, como tal, no era honorable a los ojos de Dios.

Malek, con 30 años cumplidos, fue otro monje-soldado de la Orden de los Asesinos de la Montaña que viajó desde Lisboa al aeropuerto La Guardia en New York. Su cometido era tratar de impedir el atentado sin necesidad de asesinar a nadie. A pesar del nombre original de la orden, su misión final no siempre conllevaba matar al objetivo. Los tiempos habían cambiado.

En un cambio de planes, el tercer hombre escogido había desaparecido en una misión en Latinoamérica, por lo que se le otorgó su papel a una mujer católica de la Orden de los Caballeros Templarios llamada Ángela, de 28 años, quien viajó de París a Kansas directamente a la zona devastada. Su trabajo como miembro de rango medio en las Naciones Unidas era colaborar con la descontaminación en la zona de la planta nuclear, pero su misión secreta era localizar el foco que había enviado el ataque suicida para contaminar el suministro de agua en New York.

En el barrio irlandés Woodlawn de New York, Alí y Malek fueron recibidos por sus hermanos cristianos. Después de los saludos respectivos y de una oración corta, hablaron de la tremenda amenaza que se cernía sobre la Capital del Mundo. Según las profecías, New York sería destruida, al igual que Jerusalén, la Ciudad Santa, suceso que marcaba el inicio de la Tercera Guerra Mundial, el advenimiento del Anticristo y el fin de la humanidad.

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