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Para ustedes, Papá y Mamá

Por Walter Aldana Q

Varias personas me han dicho que escribo como hablo; eso le debe parecer a algunos nada calidoso en relación con las letras, con el lenguaje. Y hay quienes creen que es la capacidad de comunicar. Yo digo que siempre alguna persona despistada lo lee a uno y por ello vale la pena hacer el ejercicio semanal.

Un columnista o escritor de textos u opiniones retrata con las letras situaciones sociales, económicas o políticas; por ello pido permiso a usted para hablar de un ser de excepcional condición, de mi padre Ángel María, quien partió de este mundo hace ya trece años. Me imagino que es el sentir de la gran mayoría de hijos con relación a su progenitor biológico.

Campesino de Albán, Cundinamarca, domador de ganado (actividad heredada de mi abuelo). Con su segundo de primaria en la escuelita veredal, partió por orden del destino a Victoria, Caldas, al encuentro con el amor, donde conoció a mi madre, Blanca Flor, quien hace dos años le siguió los pasos a mi padre

De familias con influencia paisa, Ángel María y Blanca Flor tuvieron nueve hijos, dos no crecieron por la falta de acceso a buen servicio de salud, hecho común en los campos de Colombia. Con los restantes, partieron hacia la capital a buscar un futuro para su descendencia, contando con el apoyo inicial de mis abuelos maternos para la vivienda y para buscar trabajo.

A la par del paso del tiempo, los hijos e hijas fueron creciendo, y mi padre aprendió otro oficio para buscar la forma de garantizar estudio, salud, vestido, alimentación y recreación, con un salario mínimo. Y es aquí donde se crecen, se vuelven inmensos, amor puro y, claro, quitarse el pan de la boca para dárselo a sus hijos (fue real no poesía). Él en sus labores, ella en la casa, hicieron rendir los pocos pesos, esa fue su virtud económica; además de servir de psicóloga, hacedora de oficios, manantial eterno de amor para con nosotros.

Luego, como reacción a la explotación laboral, él asumió el cargo de fiscal del sindicato, y sucedió el injusto despido: la lección de dignidad, de respetar y no dejarse irrespetar, la lucha por la vivienda.

Yo, de niño, de la mano de mi padre, yendo a las asambleas en el barrio Policarpa en Bogotá; a mis sesenta años recordar la tarea para español, una composición y otra vez mi héroe escribiendo, recuerdo tan solo esta frase inicial: “por ahí viene ya el invierno, estamos aguantando hambre nosotros los proletarios…”

Con él y con mi madre leímos Así se templo el acero, de Nikolai Ostrovski, y La madre, de Máximo Gorki; ella nos hacia las banderas de las organizaciones juveniles a las que asistía.

Feliz día Madre y Padre, el legado de dignidad y rebeldía palpitan en mi corazón y lo atestiguan más de cuatro décadas de lucha social.

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